La señora Gabriela respondió con felicidad ante la noticia. En la mañana le habían revelado a su primogénito Diego que el Copy-Paste era una maravilla moderna y de uso lícito en clases, aprendizaje que de alguna forma reivindicaba la decisión de inscribirlo en el (muy) costoso liceo privado. El liceo con la fachada amarillo pollito, nombre de santo, cerca eléctrica, campo de fútbol y computadoras traídas de Asia (con breve escala en algún territorio del norte, para incrementar el prestigio y el precio de las máquinas). Mujer moderna como pocas, no ignoraba Gabriela que el mundo actual es una gran vitrina de Copy-Paste, donde los hombres más grandiosos son los que encuentran, reproducen y tal vez se atribuyen los mejores textos ajenos. Control+C y Control+V, o en su versión más chic: botón derecho del mouse seguido de “Pegar”. Algún trasnochado (como quien relata), aún se aferra al Control+Insert y Shift+Insert.
La señora Gabriela sabía que el conocimiento del Copy-Paste era inminente. Lo anticipó el día que las monjas le entregaron una tarjetita con un texto casi idéntico al del año pasado, al que habían olvidado cambiarle algunas cosas -las fechas, aún situadas en 2009- pero que incluía los cambios importantes -el nuevo monto de la matrícula y el costo del viaje de fin de curso-. Diego, por su parte, no tardó en aplicar esta nueva enseñanza que lo acercaba más al estatus de hombre: renunció para siempre a la originalidad, extrajo de alguna parte unos versos de amor que no entendía muy bien, y los dedicó a la chiquita de pelo enrulado que a veces le endulzaba el sueño. La chiquita, para disimular su desconocimiento de palabras como “estío”, “enjambre”, “calcinado” y “Matilde”, le agradeció con un beso y alguna promesa de cariño.
El Copy-Paste, entonces, anunciaba el despertar de la virilidad de Diego. Los años traerían las cosas que faltaban para completar su condición de humano moderno: decenas de visitas al shopping que le enseñarían a codiciar, un futuro título de arquitecto o abogado para encargarse de la empresa de papá y aprender a subyugar y amansar a sus semejantes, una esposa con generosas proporciones anatómicas inversamente relacionadas con la cantidad de conexiones sinápticas, un auto de ésos que no puede llevarse al barrio, y una lista de gadgets y perolitos electrónicos renovables trimestralmente. El Copy-Paste era un buen comienzo.
Los profesores (“catedráticos”, según las monjas) celebraban que, una vez iniciados los alumnos en el misticismo del Copy-Paste, la tasa de trabajos y deberes entregados aumentaba en un 20%. Recientemente, uno de ellos osó protestar por la innegable similitud entre el análisis de la Odisea entregado por Diego y el contenido de la Wikipedia; fue despedido por irreconciliables diferencias filosóficas y eclesiásticas. Una futura beata argumentó que el Copy-Paste no cercena la creatividad de los estudiantes, por el contrario, la estimula. Al usar el Copy-Paste, el estudiante no copia cualquier cosa; copia sólo contenido pertinente, con lo cual demuestra que tiene conocimiento sobre el tema en cuestión. Además, estructura su trabajo con base en fragmentos copiados de aquí y de allá; eso ejercita su capacidad de abstracción y organización y fomenta la relación de conceptos. Se trata, entonces, de aprendizaje moderno, del más alto nivel. La motivación del viaje de Odiseo, la bestialidad de las criaturas, la improbablemente fiel espera de Penélope… son detalles superfluos, acaso obsoletos, que por cuestiones prácticas pueden ser “rellenados” de alguna forma, reproduciéndolos con Copy-Paste. ¿Para qué reinventar la rueda? ¿Por qué pensar en palabras propias y nuevas para enamorar a una mujer, cuando otros -gente que a veces vive de eso y son llamados poetas- ya han dicho lo que hay que decir en esos casos? La ciencia, la ingeniería, ¿no se basan acaso en reutilización? Reutilizamos diseños, construcciones, componentes… la vida toda es un reciclaje de ideas y experiencias. ¿No es eso lo que debemos enseñar a las nuevas generaciones? La modernidad es un vértigo en el cual los hombres superiores y exitosos no pueden perder el tiempo pensando. Prosiguió la casi santa diciendo que las religiones se copian unas a otras y nadie dice nada, y citó a “La Imitación de Cristo” de Tomás de Kempis para finiquitar su charla concluyendo que el sentido de la vida no es otro que el de la imitación… imitación de Cristo, de Bill Gates, de Batman, de Mick Jagger… pero imitación al fin. Diego fue entonces divinamente justificado, aprobado excelente, y la señora Gabriela aceptó con gozo el incremento en la matrícula y el viaje a Machu Picchu.
Temeroso de ser acusado de herejía si apelaba a la originalidad, yo mismo he robado de alguna parte todo este texto. Pero me tomé la molestia de cambiar algunas palabras para que Google no me delate.
jajjaja, genial
Muy gracioso, me ha gustado especialmente el argumento de la monja.
Tienes ahí una justificación en potencia de los vagos 😉
Saludos!
me he reido mucho con todas esas ironias 😛
¡Jajaja!
“Me tomé la molestia de cambiar algunas palabras para que Google no me delate”. Por suerte eso no lo hacían mis alumnos, y casi siempre (creo yo) los descubría.
funny 🙂
😀
“Diego”, jajaja.
“imitación de Cristo, de Bill Gates, de Batman, de Mick Jagger…” Uno es resumen de todo lo que trata de imitar.
jajaja, no fue machu picchu en mi caso