¿Qué le voy a hacer? Me encanta el fútbol. Incluso me gusta más que el béisbol, predilección que solía ser muy rara para un venezolano. De todas formas, el béisbol me fascina, aunque con este deporte mi fascinación está casi exclusivamente dedicada a los Chicago White Sox (este año sí, este año ganamos otra vez… lo que digo todos los años). Pero mi gusto por el fútbol es uno o dos años más antiguo que mi gusto por el béisbol. Nació una mañana pintada de claro y normalidad, acaso de aburrimiento. Tenía nueve años recién cumplidos, y la mañana amenazaba con volverse más aburrida al enterarme de la noticia: una amiga de mi mamá vendría a visitarnos, con el consabido ritual de saludos y la obligación de prestar o fingir atención y respeto a una conversación de adultos. Se me ocurrió, con posterior éxito, evitar aquel saludo y escabullirme hacia una habitación donde había un televisor que sintonizaba perfectamente el canal del estado (y creo que era el único canal que sintonizaba… ¡cuánto tiempo! ¡se podía ver un Real Madrid – Barcelona, un Milan – Juventus en señal abierta, por el canal del estado!). Mientras duró la visita de la amiga de mi mamá, vi completo mi primer partido de fútbol: Lecce – Napoli. Y me gustó el Napoli. Era aquel Napoli glorioso de Maradona, Careca, Alemao, etcétera. Algo así como el primer amor. Está demás decir que yo no tenía ni idea de quiénes eran esos tipos. No estábamos ni cerca de tener Internet, así que aprendí a conformarme con las migajas que lanzaban los relatores, y lo que después encontraba en la prensa. Ayudó mucho a mi gusto por el fútbol que ese mismo año fue el segundo mundial celebrado en Italia, sí, Italia 90. Y así llegaron el álbum de Panini, mi primer balón Adidas oficial, las latas de Coca-Cola con las banderas de los países participantes, mis primeras lecturas de revistas especializadas en fútbol, mi primera solidaridad y sentimiento compartido con la selección de Argentina. En retrospectiva, esta solidaridad con Argentina estaba más que justificada por mi recientemente formado cariño hacia el Napoli. Era como: donde juegue Maradona, ése es el equipo que quiero que gane. Pero, como descubrí años después, aquella Argentina de Italia 90 (aquel Maradona de Italia 90) estaba muy por debajo de la maquinaria de México 86. Qué decepción la derrota inaugural contra Camerún, qué desencanto al ver cómo el balón se le escurría a Pumpido. Total, que Argentina fue pasando a trompicones y Goycocheadas hasta llegar a la final, donde, todavía lo creo así, los robaron. Pero en fin, ya está. Fácilmente me llevaría párrafos y párrafos hablando sólo de ese mundial. Agreguemos que cuando Caniggia consiguió el empate contra Italia, no sólo demostró que los milagros existen, sino que mi corazón infantil se encontró por primera vez con ese monstruo emocional que es el fútbol. Un comentario aparte para Brasil y Uruguay. Era el Brasil de Careca, por tanto, el cruce Brasil – Argentina me encontró con las emociones ligeramente en conflicto. Y de Uruguay… bueno, aquella selección dirigida por Oscar Washington Tabárez fue casi la primera noticia que tuve sobre aquel país de extensión relativamente breve y corazón decididamente infinito.
Después de Italia 90, el fútbol para mí fue otra cosa. FC Barcelona, Real Madrid, Olympique de Marsella, Ajax, Bayern Munich, Sao Paulo, Gremio, Oporto, Benfica, Boca Juniors, River Plate, Manchester United, Arsenal, Liverpool, Nacional, Peñarol, las Copas de Europa, la Copa América, la Libertadores, etcétera. Además, era de los pocos que veía los partidos de la selección venezolana de fútbol. Goleada tras goleada, Venezuela significaba los dos (después tres) puntos seguros para cualquiera. Ahora estamos un poquito mejor, y muchísima más gente sigue a la selección nacional. La liga local, sin embargo, nunca me ha interesado.
Parte de todo esto que escribo se me ocurrió luego de ver el segundo gol de Cavani en la reciente victoria del Napoli, victoria que permite soñar, que los coloca cerquita del Milan. Veo difícil el título, pero veo probable un puesto de Champions. Hay que decir también que aunque me gusta el fútbol, le concedo sólo el espacio justo. Hay muchas otras cosas que hacer y atender. Por eso no me interesa lo extradeportivo; no soy el típico fanático que conoce los nombres y las vidas de toda una plantilla, que sigue irracionalmente a un equipo. Lo que a mí me gusta es lo que ocurrió, ocurre y ocurrirá durante los 90 y poco más minutos que dura un partido. A veces no hay tiempo, y sólo veo el juego de fin de semana del FC Barcelona, y a veces ni eso. Al final del día, es sólo un juego.
Y todo esto de Fútbol con, todo lo escrito, era sólo para decir que me gusta ver fútbol mientras como chocolates u otros dulces. Y que estoy contento porque unas amigas acaban de regalarme una buena provisión de dulces, suficiente para varios partidos. Voy a engordar.
jajaja, la propia historia de iniciación a un
viciopasatiempo.