Aparecen por doquier, nacen de la tierra en un instante. Infinitas, te persiguen donde vayas. Es la misma hormiga, con mil cuerpos. Hambrientas, sedientas. Además, pronto llegarán los vientos más fríos: por eso surcan la tierra y recolectan cuanto pueden, infatigables, anticipándose al rigor de la vecina temporada. Por eso, si te descuidas un rato, si te entregas a la inmovilidad durante algunos minutos, sentirás el pinchazo, el recorrido, la reunión sobre tu piel. El día que la naturaleza así lo decida, cuando las condiciones ambientales tornen imposible la vida humana en este planeta, ellas reinarán en la tierra. O acaso ya reinan, o acaso han reinado siempre. Hombre diminuto y prepotente, estás aquí, cuando mucho, desde hace un millón de años. Los insectos, cuando poco, han ocupado la Tierra por más de 400 millones de años.
Eh, sí, hoy me picaron las hormigas.
Me fascinan las hormigas, aunque piquen. Me gusta ver cómo trabajan como un solo cuerpo, cómo van en hileras y cómo esa hilera se rompe al deslizar el dedo en forma perpendicular a ella. De niña me gustaba examinarlas de cerca y verlas por largo rato, pero cargo la inmensa culpa de que alguna vez tomé un par y las tiré a una telaraña para ver cómo la araña las convertía en capullo. Fue muy cruel, pero no lo hacía por maldad sino porque también me fascinan las arañas. Pero nunca más.