Una de las características más importantes del mito cinematográfico es la transferibilidad, es decir, la posibilidad de transferir y referir el arquetipo ideal a una persona real y concreta y en especial al soporte físico del mito. En este principio psicológico se asienta el culto a la personalidad, porque el actor o actriz aparecen para el fan revestidos de todas las cualidades y virtudes de los personajes que han encarnado repetidamente en la pantalla: belleza, valor, inteligencia… Esto no ocurre en el teatro, pero sí en el cine. Por eso ha escrito Malraux que “Marlene Dietrich no es una actriz como Sarah Bernhardt, sino un mito como Friné”. Y cuando el intérprete da este salto cualitativo que le convierte en mito, nace una adoración colectiva por parte de sus fans, que confunden actor y arquetipo, y se crea un ritual mágico-erótico, una imitación de sus formas de vestir, de hablar, de moverse, de su “estilo” en suma… Recordemos, por su proximidad, la “cola de caballo” puesta de moda por Brigitte Bardot o la revalorización del busto femenino (devaluado desde 1900) después de la segunda guerra mundial, gracias a las actrices más populares del cine italiano… Bächlin, que es un economista, lo ha enunciado con todo el rigor de un científico: “La forma de vida de una estrella es en sí misma una mercancía”.
La mercancía mitológica
Román Gubern (Historia del Cine, Formación de un Arte)
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