A propósito del Cuerno de África

La gran mayoría de los seres humanos, los que viven en los segmentos más entrópicos del sistema-sociedad, son los más desdichados. Éstos, por falta de energía y de las estructuras adecuadas para aprovecharla -ya sea de manera individual o colectiva- se hunden en la fatiga, la indiferencia, la insalubridad, la enfermedad prematura, el hambre, la ignorancia y el hacinamiento, víctimas de la demagogia y la violencia, rodeados de una persistente inequidad, prácticamente integrados, incorporados y equilibrados con el caos y el desorden, arrastrados prematuramente por la tendencia del universo -del cual son parte- a la estabilidad y la entropía.

Eduardo Césarman (párrafo final de Hombre y Entropía (1974))

La Chispa de Prometeo

Los antiguos crearon la leyenda de que Prometeo robó una chispa del sol para regalársela a los hombres. Ahora bien: el sentimiento que tenemos de la vida es precisamente esta chispa prometeica. Ella nos hace ver perdidos en la tierra; ella proyecta alrededor de nosotros un círculo más o menos amplio de luz, más allá del cual está la sombra negra, la sombra pavorosa que no existiría si la chispa no hubiera prendido en nosotros; sombra que nosotros, en cambio, debemos, desgraciadamente, tener por verdadera, mientras que aquella chispa se nos mantenga viva en el pecho. Apagada finalmente por el soplo de la muerte, ¿nos acogerá de verdad aquella sombra ficticia, nos acogerá la noche perpetua después del día brumoso de nuestra ilusión, o permaneceremos a merced del Señor, que habrá roto solamente las vanas formas de la razón humana? Toda esa sombra, el enorme misterio sobre el que tantos filósofos han especulado en vano y que ahora la ciencia, si bien ha renunciado a indagarla, no excluye, ¿no será, en el fondo, un engaño como otro cualquiera, un engaño de nuestra mente, una fantasía que no se encarna? En resumen, ¿y si todo este misterio no existiera fuera de nosotros, sino solamente en nosotros, y necesariamente, por el famoso sentimiento que tenemos de la vida? ¿Y si la muerte fuera solamente el soplo que apaga en nosotros este sentimiento penoso, pavoroso, porque es limitado, está definido por este cerco de sombra ficticia más allá del breve espacio de la escasa luz que proyectamos a nuestro alrededor, en el que nuestra vida está como presa, como excluida durante algún tiempo de la vida universal, eterna, a la que nos parece que un día tendremos que volver, mientras que estamos en ella y siempre estaremos, pero sin este sentimiento de exilio que nos angustia? ¿No es también aquí ilusorio el límite, y relativo a nuestra poca luz, a la luz de nuestra individualidad? Tal vez siempre hayamos vivido y siempre viviremos con el universo; tal vez, incluso ahora, en esta forma nuestra, participamos en todas las manifestaciones del universo; tal vez no lo sabemos, no lo vemos, porque, desgraciadamente, aquella chispa que Prometeo quiso regalar nos permite ver solamente aquella escasa parte hasta donde llega.

Luigi Pirandello (en Esencia, carácter y materia del humorismo)

Groucho

Caricature of Groucho Marx (by Greg Williams).

 
My favorite Groucho’s quotes:

  • Those are my principles, and if you don’t like them… well, I have others.
  • I find television very educating. Every time somebody turns on the set, I go into the other room and read a book.
  • From the moment I picked your book up until I laid it down I was convulsed with laughter. Someday I intend reading it.
  • I intend to live forever, or die trying.

Borges, Russell, Dos Libros

Y por eso prefiero la información en el estado más prístino posible, libre de ripios e inyecciones arteras, intencionadas. Quiero que el núcleo de la noticia sea el hecho, lo ocurrido, sin especulaciones de ningún tipo, sin injerencias de todos los “comunicadores” que se interponen entre el hecho y nosotros los receptores de la información. Esto, lo admito, es sólo un ideal. El observador es un componente esencial del hecho (remito al gato de Schrödinger): unos muchachos salen a la calle con los bolsillos llenos de piedras a protestar porque no tienen agua ni luz en el liceo o se agrupan en plazas de España o acuden semidesnudos a una tienda que acierta en extravangancia y ardid publicitario; si nadie observa y comunica estos hechos simplemente puede asumirse que jamás ocurrieron. El hecho, desprovisto del observador, es un gato en una caja: puede estar vivo, puede estar muerto. En esta acción de observación y comunicación irreversiblemente se entrometerán los prejuicios, experiencias y convicciones del observador-comunicador. Así, la información prístina es una utopía, pero en todo caso queda establecida mi predilección por lo que más anhele o intente parecerse a esta utopía.

Dicho esto, se justificará el recelo que guardo a las columnas de opinión en la prensa de todos los días. Y como muchos de los diarios a los que tengo fácil acceso están contaminados de opinión hasta en lo inopinable, resulta comprensible, creo, mi revisión somera y a veces inexistente de tal prensa. No me repugna que casi siempre estas opiniones se erigen en tribunas para el odio y el egoísmo, o ansían y se obsesionan con la solidaridad del lector, o tributan la estupidez, o nada aportan a la solución (como ejemplo de lo infructuoso de las opiniones fijarse, por ejemplo, en este párrafo), porque, al parecer, funciona así desde la primera vez: todos opinamos incluso si a nadie le importa nuestra opinión. No obstante, lo que me resulta casi aborrecible es el gran titular que supuestamente ofrece información en el estado más puro posible, y sin embargo sólo me informa sobre las tendencias particulares del directorio editorial: puro veneno. Con los años, y a fuerza de ponerse el gorro CIP (Crédulo, Ingenuo y Pendejo) para luego desencantarse, uno aprende a, más o menos, defenderse contra estas intrusiones, estos artificios de la des-comunicación. Así como ellos filtran, el lector también debe aprender a filtrar, a entender que por lo general la premisa más importante es la que no se menciona. La sabiduría Borgiana advierte sobre este asunto en “Dos Libros” (Otras Inquisiciones, 1952). Luego de comentar el apasionamiento político de un libro de Wells, Borges aprovecha unos ensayos de Bertrand Russell:

Let the People Think es el título de una selección de los ensayos de Bertrand Russell. Wells, en la obra cuyo comentario he esbozado, nos insta a repensar la historia del mundo sin preferencia de carácter geográfico, económico o étnico; Russell también dispensa consejos de universalidad. En el tercer artículo – “Free thought and oficial propaganda”- propone que las escuelas primarias enseñen el arte de leer con incredulidad los periódicos. Entiendo que esa disciplina socrática no sería inútil. De las personas que conozco, muy pocas la deletrean siquiera. Se dejan embaucar por artificios tipográficos o sintácticos; piensan que un hecho ha acontecido porque está impreso en grandes letras negras; confunden la verdad con el cuerpo doce; no quieren entender que la afirmación: “Todas las tentativas del agresor para avanzar más allá de B han fracasado de manera sangrienta” es un mero eufemismo para admitir la pérdida de B. Peor aún: ejercen una especie de magia, piensan que formular un temor es colaborar con el enemigo… Russell propone que el Estado trate de inmunizar a los hombres contra esas agüerías, y esos sofismas. Por ejemplo sugiere que los alumnos estudien las últimas derrotas de Napoleón, a través de los boletines del Moniteur, ostensiblemente triunfales. Planea deberes como éste: una vez estudiada en textos ingleses la historia de la guerra con Francia, reescribir esa historia desde el punto de vista francés. Nuestros “nacionalistas” ya ejercen ese método paradójico: enseñan la historia argentina desde un punto de vista español, cuando no quichua o querandí.

El sucesor de ese párrafo tampoco elude el brillo, la elocuencia o la erudición:

De los otros artículos, no es el menos certero el que se titula “Genealogía del fascismo”. El autor empieza por observar que los hechos políticos proceden de especulaciones muy anteriores y que suele mediar mucho tiempo entre la divulgación de una doctrina y su aplicación. Así es: la “actualidad candente”, que nos exaspera o exalta y que con alguna frecuencia nos aniquila, no es otra cosa que una reverberación imperfecta de viejas discusiones. Hitler, horrendo en públicos ejércitos y en secretos espías, es un pleonasmo de Carlyle (1795-1881) y aún de J. G. Fichte (1762-1814); Lenin, una transcripción de Karl Marx. De ahí que el verdadero intelectual rehuya los debates contemporáneos: la realidad es siempre anacrónica.

Los que protestan, los que fueron a la tienda, yo mismo escribiendo esto, usted leyéndome… realidades que empezaron a forjarse tiempo atrás. No puede ser de otra forma: así marcha el mundo porque una inteligencia divina lo entreteje todo o porque acaso Babilonia no es otra cosa que un infinito juego de azares.

Más sobre el párrafo de La Cruz Azul

Este post va por cortesía de Fran. Estoy leyendo El Candor del Padre Brown, de Chesterton, y destaqué uno de los párrafos más brillantes de la primera historia, La Cruz Azul. En ese párrafo, la referencia a Nelson está clara. Pero no tenía luces sobre Williams, Williamson, y la paradoja de Poe. Entonces le pregunté a Fran, quien sobre Chesterton sabe mucho. Así selecciono a los amigos, como en el tema de Serrat: son lo mejor de cada casa 😀 Que sepan, que sean inteligentes, y que me saquen las dudas cuando se me presenten. Lo que Fran responde merece un post:

Voy ya con la cuestión que me has planteado: hay un relato de Edgar Allan Poe, llamado William Wilson en el que Poe trata el tema del doble, típico de la literatura de terror del XIX. En la historia, el protagonista es asesinado por un tal Williams, es decir, por su doble, lo que vale decir que es asesinado por sí mismo, o por el reflejo de sí mismo. Siento haberte estropeado el argumento, pero esa es la paradoja a la que se refiere Chesterton. De todas formas, si quieres leer el relato de Poe, puedes hacerlo aquí: William Wilson, de Edgar A. Poe.

Me alegro mucho de que estés leyendo el librito del Padre Brown. Para muchos es de los mejores de Chesterton. Tiene una prosa deliciosa. Se nota que estudió pintura y que era un estilista, un mago de la palabra.

Y muchas gracias, Fran. Tengo que leer ese relato de Poe, es tarea pendiente.

Fran, Jessica, Jaramillo: los comentarios están abiertos de nuevo. Pero siento un extraño placer al ver cómo cambian los patrones de conexión de los spambots de Rusia, Ucrania y China cuando los comentarios se cierran. Locuras mías.

Leído en La Cruz Azul

El hecho más increíble de los milagros es que suceden. Unas cuantas nubes en el cielo conforman la estampa llamativa de un ojo humano. Durante un viaje incierto un árbol se yergue en medio del paisaje con la forma exacta y detallada de un signo de interrogación. Yo mismo he visto estas cosas en los últimos días. Nelson muere en el momento de la victoria, y un hombre llamado Williams mata, por casualidad, a otro hombre llamado Williamson: suena como una especie de infanticidio. Para resumir, hay en la vida un elemento de coincidencia mágica que la gente que calcula prosaicamente puede perderse para siempre. Como deja bien claro la paradoja de Poe, la sabiduría debe contar con lo inesperado.

G. K. Chesterton (fragmento de La Cruz Azul, en “El candor del Padre Brown”)

 

Génesis Ideológico

Mil veces la experiencia ha demostrado, incluso en personas no particularmente dadas a la reflexión, que la mejor manera de llegar a una buena idea es ir dejando que fluya el pensamiento al sabor de sus propios azares e inclinaciones, pero vigilándolo con una atención que conviene que parezca distraída, como si se estuviera pensando en otra cosa, y de repente salta uno sobre el inadvertido hallazgo como un tigre sobre la presa.

José Saramago (El Evangelio según Jesucristo)

 

La más horrible variante de la soledad

Esta mañana estuve hablando con dos miembros del Directorio. Cosas sin mayor importancia, pero que alcanzaron, sin embargo, para hacerme entender que sienten por mí un amable, comprensivo desprecio. Imagino que ellos, cuando se repantigan en los mullidos sillones de la sala del Directorio, se deben sentir casi omnipotentes, por lo menos tan cerca del Olimpo como puede llegar a sentirse un alma sórdida y oscura. Han llegado al máximo. Para un futbolista, el máximo significa llegar un día a integrar el combinado nacional; para un místico, comunicarse alguna vez con su Dios; para un sentimental, hallar en alguna ocasión en otro ser el verdadero eco de sus sentimientos. Para esta pobre gente, en cambio, el máximo es llegar a sentarse en los butacones directoriales, experimentar la sensación (que para otros sería tan incómoda) de que algunos destinos están en sus manos, hacerse la ilusión de que resuelven, de que disponen, de que son alguien. Hoy, sin embargo, cuando yo los miraba, no podía hallarles en la cara de Alguien sino de Algo. Me parecen Cosas, no Personas. Pero ¿qué les pareceré yo? Un imbécil, un incapaz, o una piltrafa que se atrevió a rechazar una oferta del Olimpo. Una vez, hace muchos años, le oí decir al más viejo de ellos: “El gran error de algunos hombres de comercio es tratar a sus empleados como si fueran seres humanos.” Nunca me olvidé ni me olvidaré de esa frasecita, sencillamente porque no la puedo perdonar. No sólo en mi nombre, sino en nombre de todo el género humano. Ahora siento la fuerte tentación de dar vuelta la frase y pensar: “El gran error de algunos empleados es tratar a sus patrones como si fueran personas.” Pero me resisto a esa tentación. Son personas. No lo parecen, pero son. Y personas dignas de una odiosa piedad, de las más infamante de las piedades, porque la verdad es que se forman una cáscara de orgullo, un repugnante empaque, una sólida hipocresía, pero en el fondo son huecos. Asquerosos y huecos. Y padecen la más horrible variante de la soledad: la soledad del que ni siquiera se tiene a sí mismo.

Mario Benedetti (entrada del Sábado 17 de agosto, en “La Tregua”)

 

El Caminante

En quien cuida con exceso de sí mismo, el exceso de cuidados llega a hacerse una enfermedad. ¡Bendito sea lo que endurece! Yo no alabo el país donde corren abundantes la miel y la manteca. Para ver muchas cosas es necesario aprender a ver lejos de uno: este endurecimiento es necesario para todos los que escalan las montañas. Pero quien busca el conocimiento con ojos indiscretos, ¿cómo podría ver otra cosa que las ideas del primer plano? Mas tú, ¡oh Zaratustra!, tú quieres distinguir todas las razones y el fondo de las cosas: te es preciso, pues, pasar sobre ti mismo para ascender… ¡más allá, más alto, hasta que tus mismas estrellas queden por debajo de ti! Sí: ¡Mirar hacia abajo sobre mí mismo y sobre mis estrellas: sólo esto sería para mí la cumbre, esto sigue siendo para mí la última cumbre por escalar!

Friedrich Nietzsche (fragmento de El Caminante, en “Así hablaba Zaratustra”)