Autora: Ligia María Orellana (relato incluido en su libro “Combustiones Espontáneas”)
Joselo Manifesto despertó una mañana de octubre, refunfuñando. Su café matutino se volvía amargo por culpa de las noticias que traía el nefasto periódico. “¡No puedo creer lo que escuchan mis ojos!”, exclamaba entre sorbos y artículos de 500 palabras.
Veinte minutos más tarde, el ingenuo, dogmático y egocéntrico hombre se subió a su modesto automóvil, y se dirigió a su modesto trabajo, con su arrogante estupidez bien afianzada en su idiosincrasia.
La calle a dos calles del edificio donde trabajaba estaba bloqueada por la Comunidad de Infelices Ciudadanos Sedientos, que no tenían servicio de agua desde hacía 1084 días. Cuando el modesto carro de Joselo quedó atascado en el embotellamiento, Joselo refunfuñó como lo hizo en la mañana: “¡¿Qué me importa que no tengan agua?! ¡Tengo que llegar a mi trabajo!”, masculló encolerizado. Y no es que quisiera llegar a su trabajo.
Joselo Manifesto se presentó en la oficina con dos horas de retraso. La Comunidad de Infelices Ciudadanos Sedientos se vio obligada a retirarse después de que uno sus miembros sufriera combustión espontánea a media calle.
“Señor Manifesto, lo llama su ex esposa”, se oyó decir a su secretaria, cerca del almuerzo. “Dice que usted la está sometiendo a violencia económica y que si no le pasa el cheque esta semana, usted irá a la cárcel y después al infierno”. Y la secretaria sonrió, porque le fascinaban las telenovelas.
El señor Manifesto dio por terminada la charla con su ex cónyuge sin haberla iniciado; no podía ir a la cárcel, porque tenía amigos. Y en cuanto al infierno, ya estaba en él.
Despertó al día siguiente, refunfuñando. Despertó en abril, y seguía refunfuñando. Procreó desconocidos con desconocidas, y su estómago se hinchó cada día un poco más. Octubre pasó diez veces, y él seguía refunfuñando por las mañanas. La Comunidad de Infelices Ciudadanos Sedientos fue arrasada por una inundación y no quedó vivo ni un solo miembro. A pesar de eso, los embotellamientos continuaron.
Joselo Manifesto nunca hizo nada benévolamente extraordinario, ni sobresalió en nada más que su prominente barriga de alcohólico fantasioso.
Una mañana de agosto, a sus 49 años, no se despertó refunfuñando. Porque de hecho, no se despertó. En su país, que estaba en vías de subdesarrollo (muy lejos del desarrollo), la esperanza de vida no era muy prometedora. En todo caso, ¿a quien le gustaría vivir tanto tiempo en un país tercermundista, con Joselos Manifestos como compañeros de desgracia?
“De todos modos era un bastardo”, dijeron sus compañeros de oficina como único epitafio.
Nota: Mi cuento favorito de Combustiones Espontáneas. Creo que refleja a la perfección el estilo de Ligia: lúcido, crítico y aderezado con ese sentido del humor tan particular, tan Ligia. Como dije antes, “Ligia tiene un sentido del humor que oscila entre lo tierno y lo ácido, entre lo condescendiente y lo implacable”, y creo que Manifesto Tercermundista muestra plenamente a lo que me refiero. Pero más allá de eso, Manifesto Tercermundista destaca por su exposición de una realidad cercana, inmediata en tiempo y espacio: la de los hombres ajenos a su humanidad. Sin duda, de los mejores relatos que he leído.