Despedida de un paisaje

No le reprocho a la primavera
que llegue de nuevo.
No me quejo de que cumpla
como todos los años
con sus obligaciones.

Comprendo que mi tristeza
no frenará la hierba.
Si los tallos vacilan
será sólo por el viento.

No me causa dolor
que los sotos de alisos
recuperen su murmullo.

Me doy por enterada
de que, como si vivieras,
la orilla de cierto lago
es tan bella como era.

No le guardo rencor
a la vista por la vista
de una bahía deslumbrante.

Puedo incluso imaginarme
que otros, no nosotros,
estén sentados ahora mismo
sobre el abedul derribado.

Respeto su derecho
a reír, a susurrar
y a quedarse felices en silencio.

Supongo incluso
que los une el amor
y que él la abraza a ella
con brazos llenos de vida.

Algo nuevo, como un trino,
comienza a gorgotear entre los juncos.
Sinceramente les deseo
que lo escuchen.

No exijo ningún cambio
de las olas a la orilla,
ligeras o perezosas,
pero nunca obedientes.
Nada le pido
a las aguas junto al bosque,
a veces esmeralda,
a veces zafiro,
a veces negras.

Una cosa no acepto.
Volver a ese lugar.
Renuncio al privilegio
de la presencia.
Te he sobrevivido suficiente
como para recordar desde lejos.

Wislawa Szymborska (Despedida de un paisaje, Fin y principio,
traducido por Gerardo Beltrán)

Fútbol con

¿Qué le voy a hacer? Me encanta el fútbol. Incluso me gusta más que el béisbol,  predilección que solía ser muy rara para un venezolano. De todas formas, el béisbol me fascina, aunque con este deporte mi fascinación está casi exclusivamente dedicada a los Chicago White Sox (este año sí, este año ganamos otra vez… lo que digo todos los años). Pero mi gusto por el fútbol es uno o dos años más antiguo que mi gusto por el béisbol. Nació una mañana pintada de claro y normalidad, acaso de aburrimiento. Tenía nueve años recién cumplidos, y la mañana amenazaba con volverse más aburrida al enterarme de la noticia: una amiga de mi mamá vendría a visitarnos, con el consabido ritual de saludos y la obligación de prestar o fingir atención y respeto a una conversación de adultos. Se me ocurrió, con posterior éxito, evitar aquel saludo y escabullirme hacia una habitación donde había un televisor que sintonizaba perfectamente el canal del estado (y creo que era el único canal que sintonizaba… ¡cuánto tiempo! ¡se podía ver un Real Madrid – Barcelona, un Milan – Juventus en señal abierta, por el canal del estado!). Mientras duró la visita de la amiga de mi mamá, vi completo mi primer partido de fútbol: Lecce – Napoli. Y me gustó el Napoli. Era aquel Napoli glorioso de Maradona, Careca, Alemao, etcétera. Algo así como el primer amor. Está demás decir que yo no tenía ni idea de quiénes eran esos tipos. No estábamos ni cerca de tener Internet, así que aprendí a conformarme con las migajas que lanzaban los relatores, y lo que después encontraba en la prensa. Ayudó mucho a mi gusto por el fútbol que ese mismo año fue el segundo mundial celebrado en Italia, sí, Italia 90. Y así llegaron el álbum de Panini, mi primer balón Adidas oficial, las latas de Coca-Cola con las banderas de los países participantes, mis primeras lecturas de revistas especializadas en fútbol, mi primera solidaridad y sentimiento compartido con la selección de Argentina. En retrospectiva, esta solidaridad con Argentina estaba más que justificada por mi recientemente formado cariño hacia el Napoli. Era como: donde juegue Maradona, ése es el equipo que quiero que gane. Pero, como descubrí años después, aquella Argentina de Italia 90 (aquel Maradona de Italia 90) estaba muy por debajo de la maquinaria de México 86. Qué decepción la derrota inaugural contra Camerún, qué desencanto al ver cómo el balón se le escurría a Pumpido. Total, que Argentina fue pasando a trompicones y Goycocheadas hasta llegar a la final, donde, todavía lo creo así, los robaron. Pero en fin, ya está. Fácilmente me llevaría párrafos y párrafos hablando sólo de ese mundial. Agreguemos que cuando Caniggia consiguió el empate contra Italia, no sólo demostró que los milagros existen, sino que mi corazón infantil se encontró por primera vez con ese monstruo emocional que es el fútbol. Un comentario aparte para Brasil y Uruguay. Era el Brasil de Careca, por tanto, el cruce Brasil – Argentina me encontró con las emociones ligeramente en conflicto. Y de Uruguay… bueno, aquella selección dirigida por Oscar Washington Tabárez fue casi la primera noticia que tuve sobre aquel país de extensión relativamente breve y corazón decididamente infinito.

Después de Italia 90, el fútbol para mí fue otra cosa. FC Barcelona, Real Madrid, Olympique de Marsella, Ajax, Bayern Munich, Sao Paulo, Gremio, Oporto, Benfica, Boca Juniors, River Plate, Manchester United, Arsenal, Liverpool, Nacional, Peñarol, las Copas de Europa, la Copa América, la Libertadores, etcétera. Además, era de los pocos que veía los partidos de la selección venezolana de fútbol. Goleada tras goleada, Venezuela significaba los dos (después tres) puntos seguros para cualquiera. Ahora estamos un poquito mejor, y muchísima más gente sigue a la selección nacional. La liga local, sin embargo, nunca me ha interesado.

Parte de todo esto que escribo se me ocurrió luego de ver el segundo gol de Cavani en la reciente victoria del Napoli, victoria que permite soñar, que los coloca cerquita del Milan. Veo difícil el título, pero veo probable un puesto de Champions. Hay que decir también que aunque me gusta el fútbol, le concedo sólo el espacio justo. Hay muchas otras cosas que hacer y atender. Por eso no me interesa lo extradeportivo; no soy el típico fanático que conoce los nombres y las vidas de toda una plantilla, que sigue irracionalmente a un equipo. Lo que a mí me gusta es lo que ocurrió, ocurre y ocurrirá durante los 90 y poco más minutos que dura un partido. A veces no hay tiempo, y sólo veo el juego de fin de semana del FC Barcelona, y a veces ni eso. Al final del día, es sólo un juego.

Y todo esto de Fútbol con, todo lo escrito, era sólo para decir que me gusta ver fútbol mientras como chocolates u otros dulces. Y que estoy contento porque unas amigas acaban de regalarme una buena provisión de dulces, suficiente para varios partidos. Voy a engordar.

La familia, la propiedad privada y el amor

Hay discos y hay discos. De los discos, aquí, rápido y sin muchos miramientos, acuden a mi recuerdo Who’s Next de The Who, Hijo de la Luz y de la Sombra de Serrat, Guitarra Negra de Zitarrosa, The Queen is Dead de The Smiths, The Velvet Underground & Nico de The Velvet Underground, The Jazz Album de Royal Concertgebouw Orchestra/Dmitri Shostakovich, Transformer de Lou Reed, Gling-Gló de Björk Guðmundsdóttir & tríó Guðmundar Ingólfssonar, A Love Supreme de John Coltrane, Desire de Bob Dylan, Libertango de Astor Piazzolla, Fina Estampa de Caetano Veloso, Another Green World de Brian Eno, Songs of Leonard Cohen de Leonard Cohen… y podría seguir y seguir. En este momento estoy escuchando un feliz integrante de la lista de discos: Al final de este viaje, de Silvio Rodríguez, disco magistral de principio a fin, con clásicos entre clásicos como Canción del elegido, Ojalá, Óleo de mujer con sombrero. Hoy, hoy me gusta mucho este tema:

El derrumbe de un sueño / algo hallado pasando / resultabas ser tú. / Una esponja sin dueño / un silbido buscando / resultaba ser yo. La letra completa, en Cancioneros.

Leído en La Cruz Azul

El hecho más increíble de los milagros es que suceden. Unas cuantas nubes en el cielo conforman la estampa llamativa de un ojo humano. Durante un viaje incierto un árbol se yergue en medio del paisaje con la forma exacta y detallada de un signo de interrogación. Yo mismo he visto estas cosas en los últimos días. Nelson muere en el momento de la victoria, y un hombre llamado Williams mata, por casualidad, a otro hombre llamado Williamson: suena como una especie de infanticidio. Para resumir, hay en la vida un elemento de coincidencia mágica que la gente que calcula prosaicamente puede perderse para siempre. Como deja bien claro la paradoja de Poe, la sabiduría debe contar con lo inesperado.

G. K. Chesterton (fragmento de La Cruz Azul, en “El candor del Padre Brown”)

 

Milonga para una niña

Hoy estaba escuchando al gran Alfredo Zitarrosa. Milonga de ojos dorados fue uno de los discos que escuché. Este disco, editado en México en 1979, incluye uno de mis temas favoritos, Milonga para una niña. Por cierto, nació Zitarrosa en Montevideo, un 10 de Marzo de 1936, por lo que hace 10 días se cumplieron 75 años de su nacimiento. La letra de Milonga para una niña, con unas notas muy interesantes, puede encontrarse en la excelente página Cancioneros, aquí. Hermosísimo tema.

Buscando detectives

Ayer, sólo por contrariar premoniciones nacidas de la experiencia, visité dos librerías de acá en búsqueda de un libro que no iba a encontrar. “Contrariar” no es la palabra apropiada, mejor “confirmar”. El libro en cuestión es Trece Detectives, de G. K. Chesterton. Me enteré de este libro al leer una presentación del mismo en el blog de la Sociedad Chestertoniana de España. Las reseñas de Fran siempre despiertan una inmediata avidez de lectura, y tal fue el caso con su presentación de  Trece Detectives. Es un libro escrito por un genio, y abordando temas que me gustan: misterio, detectives. Total, anoté los datos del caso: Trece Detectives, Editorial Montesinos, 2009, Algún lugar de España, y fui a buscarlo y a no encontrarlo.

De las que me quedan cerca, visité las dos mejores. Inicié con la librería donde me he topado con ejemplares relativamente difíciles, como La Historia del Cine por Román Gubern. Aunque es pequeña, su vitrina no sucumbe a lo esperado. Sólo reconocí un título de Stieg Larsson, autor omnipresente en las vidrieras de estos días, y el volumen de Todo Mafalda. Los demás títulos, aunque sin interés para mí, aunque con evidente aspecto mainstream, por lo menos me resultaban desconocidos. En esa primera librería, sin embargo, no había nada de Chesterton. Entonces, ni contrariado ni confirmado, me entregué a una de mis mayores aficiones: deambular entre los títulos. Puedo siempre inventar algún motivo para visitar librerías, como ahora, que hablo de contrariedades y experiencias y confirmaciones y sin embargo yo sé que voy a una librería simple y puramente porque me gustan porque soy un bibliófilo de toda la vida y punto y deja de armar excusas que a nadie convencen. Mientras yo navegaba en el limbo de los títulos, apareció mi mamá con un volumen de Borges que yo quería y al cual había renunciado hace tiempo. Virtudes de las madres, que encuentran las cosas que los hijos quieren, a veces sin que éstos sepan realmente que las quieren. Por lo menos ese volumen de Borges salvaba la visita. En un descuido, en un error, mis ojos se encontraron con el libro de un laureadísimo escritor que no me gusta, y por llevar la contraria, mi pensamiento acudió a algún autor que me gustara… lo que vino a mi mente fue el poema de Alejandra Pizarnik que publiqué hace poco, los Caminos del espejo. Entonces pregunté por algún libro de Pizarnik. ¿Cómo se escribe? P-i-z-a-r-n-i-k. ¿Y qué busca específicamente? Nada específico, cualquier cosa. Tenemos algo de Pizarnik, sí, aquí dice el sistema que tenemos algo, pero está en depósito, déjenos su teléfono que nosotros buscamos el libro en depósito y le enviamos un SMS cuando lo traigamos a la librería. Bueno (y sé que lo van a olvidar y no me van a enviar ningún SMS).

La segunda librería está ubicada en otro centro comercial, más agradable, más caro. Allí la vidriera suele ser temática. A veces está dedicada a cine, a veces a música, a veces a algo que no me importa y no recuerdo, como sucedió ayer. Al entrar, los primeros libros, como ordena la buena lógica comercial, son los que más se venden. Niños magos gastados, vampiros edulcorados y con traumas de pendejos, Stieg Larsson otra vez, biografías de cantantes y actrices que nunca me han hecho mucha gracia. Viene la muchacha y le pregunto si tienen “algo” de Chesterton. Digo “algo”, porque preguntar específicamente por Trece Detectives, un libro que no vas a conseguir, suena presuntuoso o estúpido. ¿Cómo se escribe? C-h-e-s-t-e-r-t-o-n. Ah, se escribe como suena. Sí. Tenemos algunos, los voy a buscar. Y ya que está buscando, ¿tienen una antología de Miguel Hernández? Miguel Hernández, Miguel Hernández, a ver, no, no tenemos nada. Bueno, búsqueme los dos de Chesterton a ver si me gusta alguno y me lo llevo. La muchacha se pierde un rato y reaparece con dos libritos de Chesterton, uno delgadísimo y no escrito por Chesterton, citas de alguna gente tratando sobre Chesterton y su obra. No me interesa. El otro, mejor. El candor del Padre Brown. Éste me lo llevo. Muy pertinente, más al recordar que la reseña de Trece Detectives escrita por Fran inicia: “En 2011 cumple sus cien primeros años el agudo y entrañable Padre Brown…” Perfecto, celebremos el centenario leyendo historias del Padre Brown.

De salida, me encontré con el libro de Umberto Eco y Jean-Claude Carrière, Nadie acabará con los libros. No sé bien de qué va, pero el título para mí es fascinante, y más si consideramos que estos días el fin de los libros de papel, Kindle, Nook, son temas que han estado presentes en mis conversaciones y consultas a maestros y amigos. Me lo llevo. No encontré los Trece Detectives pero con esto y mi actual lectura de Saramago tengo suficiente para varios días.

Y bueno, anoche, comenzando la noche, me llegó el SMS. Doctor, tenemos el libro de Pizarnik. Ah, muchas gracias, pasaré buscándolo.

Génesis Ideológico

Mil veces la experiencia ha demostrado, incluso en personas no particularmente dadas a la reflexión, que la mejor manera de llegar a una buena idea es ir dejando que fluya el pensamiento al sabor de sus propios azares e inclinaciones, pero vigilándolo con una atención que conviene que parezca distraída, como si se estuviera pensando en otra cosa, y de repente salta uno sobre el inadvertido hallazgo como un tigre sobre la presa.

José Saramago (El Evangelio según Jesucristo)

 

Caminos del espejo

Autora: Alejandra Pizarnik

I
Y sobre todo mirar con inocencia. Como si no pasara nada, lo cual es cierto.

II
Pero a ti quiero mirarte hasta que tu rostro se aleje de mi miedo como un pájaro del borde
filoso de la noche.

III
Como una niña de tiza rosada en un muro muy viejo súbitamente borrada por la lluvia.

IV
Como cuando se abre una flor y revela el corazón que no tiene.

V
Todos los gestos de mi cuerpo y de mi voz para hacer de mí la ofrenda, el ramo que abandona
el viento en el umbral.

VI
Cubre la memoria de tu cara con la máscara de la que serás y asusta a la niña que fuiste.

VII
La noche de los dos se dispersó con la niebla. Es la estación de los alimentos fríos.

VIII
Y la sed, mi memoria es de la sed, yo abajo, en el fondo, en el pozo, yo bebía, recuerdo.

IX
Caer como un animal herido en el lugar que iba a ser de revelaciones.

X
Como quien no quiere la cosa. Ninguna cosa. Boca cosida. Párpados cosidos. Me olvidé.
Adentro el viento. Todo cerrado y el viento adentro.

XI
Al negro sol del silencio las palabras se doraban.

XII
Pero el silencio es cierto. Por eso escribo. Estoy sola y escribo. No, no estoy sola.
Hay alguien aquí que tiembla.

XIII
Aun si digo sol y luna y estrella me refiero a cosas que me suceden. ¿Y qué deseaba yo?
Deseaba un silencio perfecto.
Por eso hablo.

XIV
La noche tiene la forma de un grito de lobo.

XV
Delicia de perderse en la imagen presentida. Yo me levanté de mi cadáver, yo fui en busca de quien soy.
Peregrina de mí, he ido hacia la que duerme en un país al viento.

XVI
Mi caída sin fin a mi caída sin fin en donde nadie me aguardó pues al mirar quién me aguardaba
no vi otra cosa que a mí misma.

XVII
Algo caía en el silencio. Mi última palabra fue yo pero me refería al alba luminosa.

XVIII
Flores amarillas constelan un círculo de tierra azul. El agua tiembla llena de viento.

XIX
Deslumbramiento del día, pájaros amarillos en la mañana. Una mano desata tinieblas, una mano arrastra
la cabellera de una ahogada que no cesa de pasar por el espejo. Volver a la memoria del cuerpo,
he de volver a mis huesos en duelo, he de comprender lo que dice mi voz.


Nota: Brillante. ¿No es infinito lo de “Cubre la memoria de tu cara con la máscara de la que serás y asusta a la niña que fuiste.”?