Digital Signal Processing (DSP) comprises the techniques and algorithms for transforming, filtering and representing digital signals (DSP is a subfield of the more general Signal Processing topic).
Continuous and Digital Signal Processing
A signal is a measurement of a process, an observation of the behavior of some system. Numerically, a signal is a time-varying or spatial-varying quantity (in the following, for simplicity, we’ll assume that the independent variable is time t). Some physical signals, such as speech and image are continuous in time. For instance, the speech signal is a continuously varying acoustic pressure wave. Sometimes, continuous signals x(t) are referred to as continuous or analog waveforms (continuous and analog are typically interchangeable terms albeit analog is a kind of absolute term, and we will not be using it in the following). Continuous signals vary at an uncountable infinite number of times. On its side, digital processing units can only handle sequences of numbers, i.e., they are discrete devices. In order to harness the benefits of digital processing units, continuous signals have to be first discretized (sampled). After sampling, we get a digital signal, which we might use as a representation of the original continuous signal. This sampling process is performed by a Continuous-to-Discrete (C/D) converter.
Summarizing, sampling is the process by which a digital representation of a continuous time signal is obtained. Basically, during sampling we select a finite number of data points (in a finite time interval) to represent the infinite amount of data that the continuous signal contains (within the same interval). If sampling is periodic, we sample x(t) at uniformly spaced time instants. Sampling is by no means a trivial issue, and we have to be careful in selecting the discrete data values… how well does this discrete sequence represent the continuous signal?.
Una banda canadiense que muy poca gente conoce. Hacen rock con un sonido “clásico”. En lo personal, me gusta bastante su disco “Learn & Burn”. Aquí están con Southern Dreaming:
Si le gusta el estilo, puede continuar con los temas “I don’t know”, “Rollo Tomasi” y “Learn & Burn” (lindas guitarras aquí). En varias partes percibo el influjo zeppelinesco con claridad. Ésta es su página en myspace.
Mmm… otra banda canadiense. Antes, hablé de Arcade Fire. Últimamente estamos escuchando muchos canadienses 😀
Realmente no conservo la cuenta precisa de mis viajes a Mérida. Pero ya deben totalizar más de 20 las veces que he completado el viaje de ida y vuelta en avión entre Margarita y Mérida. Es un recorrido de varios kilómetros, que prácticamente implica cruzar Venezuela desde oriente hacia occidente. Y a pesar de tantos “¡Hola, Mérida!”, puede decirse que no conozco Mérida. Algún amigo me dirá que si no he visto un juego de Estudiantes de Mérida, “no he ido a Mérida” (por cierto, Estudiantes de Mérida se fundó en 1971, por lo cual es uno de los clubes más antiguos de mi país… aunque en el contexto del fútbol de toda América, 1971 fue ayer; también recuerdo que los dos primeros goles de Estudiantes fueron convertidos por un uruguayo y un brasileño). Alguna amiga me recordará que no he visitado el páramo, y que en consecuencia, “no he ido a Mérida”. Tampoco he visitado la Heladería Coromoto, esa heladería merideña que figura en el Libro Guinness de récords mundiales como la heladería con más variedad de sabores en el mundo. Tampoco he subido al trolebús. Mi hermana, con menos viajes a Mérida, ha visto más que yo, y destaco principalmente que ella sí ha visitado la referida heladería (y habla de helados de carne, de champiñones al vino y de cosas extravagantes para un sabor de helado).
Y así, muchísimos faltantes. Nada de Pico Bolívar, nada de Mucuchíes, nada de Estadio Metropolitano, nada de Monumental, nada de Teleférico. En cambio, mucho de facultades (sobre todo la de Ingeniería), mucho de institutos de ciencia y tecnología, mucho de plazas (Milla, Bolívar, Glorias Patrias), mucho de librerías, mucho de la Catedral. He visitado, creo, todos los mercados importantes. He ido a un zoológico-parque en La Hechicera. También, por los actos de grado, conservo algunos recuerdos de la Plaza del Rectorado. He caminado bastante por el casco central, entre la plaza de Milla y la de Glorias Patrias. Los Chorros de Milla, y sobre todo La Hechicera, son zonas que no me resultan extrañas. Pero evidentemente, aún debo invertir muchos pasos para poder afirmar con alguna propiedad que “conozco Mérida”. Y pensándolo bien, con tantas y tan buenas amistades que tengo allá, de alguna manera mi alegado desconocimiento resulta injustificable. Culpa de mis prisas.
Por la distancia, no hay vuelos directos entre Margarita y Mérida; alguna escala o conexión -generalmente en Maiquetía- resulta obligatoria. Hace algunos años, cuando el viaje entre estas localidades me resultaba más cómodo, la conexión ocurría en Maracay o en Valencia. Fueron ésos mis primeros viajes a Mérida, a bordo de aquellos Beechcrafts de la aerolínea Avior, con la femenina (y algo macabra) voz pregrabada que ofrecía las instrucciones de aeronáutica civil. A veces arribaba a Maracay o Valencia, se producía un recambio de pasajeros, y continuábamos de inmediato. En otras ocasiones, debía abandonar la aeronave mientras suministraban combustible. Pero en general era un viaje muy cómodo, con esperas mínimas. También viajé con la desaparecida (o mejor dicho: rebautizada) Santa Bárbara Airlines, pero siempre preferí el vuelo con Avior. De hecho, tengo unas millas acumuladas con Avior, esperando que algún día me decida a apartar algo de tiempo para dirigirme a algún lado. Mi primer viaje a Mérida (en 2001) pareció un preludio de lo que venía: en Avior, fui con mi papá, subí a La Hechicera a conocer a quien años después sería mi tutor de Maestría y Doctorado, y regresé a Margarita en menos de 12 horas 😀
Estos viajes relativamente cómodos y rápidos podían hacerse cuando estaba habilitado el aeropuerto Alberto Carnevali de la ciudad de Mérida. Pero ahora no se encuentra habilitado para vuelos comerciales. En la actualidad, hay que llegar al aeropuerto Juan Pablo Pérez Alfonso en El Vigía, y después tomar un taxi hasta Mérida (un trayecto que, en el mejor de los casos, requiere hora y media). El Vigía es una ciudad de la zona del Sur del Lago, una de las zonas con más alta producción agropecuaria de Venezuela, y se encuentra “a medio camino” entre las ciudades de Mérida (Estado Mérida) y Santa Bárbara (Estado Zulia). El principal problema del Aeropuero Alberto Carnevali son sus reducidas dimensiones. Además, tiene una sola pista de aterrizaje, está rodeado de casas y comercios, y hay muchas montañas en las cercanías. Por tal razón, sólo puede recibir aviones pequeños como los Beechcrafts. Los viajes comerciales en el aeropuerto de Mérida se suspendieron a raíz del tristísimo accidente de 2008… qué cosa más triste. Venezuela necesita más cariño, más atención en todos sus ámbitos. Necesitamos más disciplina, más prevención. Personalmente, me correspondió conocer el aeropuerto del Vigía de una forma muy inesperada. Fue en 2004 o 2005 cuando, viajando con Avior, al aproximarnos al aeropuerto de Mérida nos encontramos con una nubosidad increíble. El piloto dio varias vueltas, intentando quién sabe qué, hasta que alguien decidió que nos desviáramos al aeropuerto del Vigía. Y así fue como llegué por primera vez al Vigía, y como vi por primera vez sus verdes campos y las vaquitas pastando. De ese vuelo recuerdo especialmente a unas señoras mayores que venían en asientos delante del mío… nunca había visto a una persona persignarse tan rápido y tan seguido. El aeropuero del Vigía es más amplio, y puede recibir aviones grandes como los Boeings 747. Supuestamente, pronto reabrirán el aeropuerto de Mérida, con una nueva línea aérea. Veremos qué resulta.
Mis viajes más recientes hacia Mérida han utilizado los servicios de la aerolínea Conviasa. El vuelo con ellos es excelente, muy relajado, y con una buena sensación de seguridad. Tenían unas azafatas muy lindas, pero en este reciente viaje toda la tripulación era masculina… trabajan muy bien, pero vamos, no es lo mismo 😀 Lo único malo de Conviasa (y realmente es muy malo) son los permanentes retrasos, al menos en los vuelos que me han correspondido (creo que unos 8 vuelos con ellos). En ninguno de esos 8 vuelos han salido a la hora señalada. En algunos casos he debido esperar 4 o hasta 6 horas. Este detalle arruina el resto de la impresión favorable, y vuelvo a recordar lo que dije antes: a Venezuela le falta disciplina. Si esos horarios no se pueden cumplir por razones operativas o de seguridad, es mejor sincerarlos, y así los pasajeros podemos efectuar una mejor planificación (así algunas personas podrían subir a Caracas durante el tiempo de espera, por ejemplo).
Pero en fin, Conviasa me llevó a Mérida esta semana pasada, y me regresó a casa sin nada reprochable excepto las demoras. Y les agradezco por eso. Esta vez encontré a Mérida algo melancólica. En Agosto suelen descender las temperaturas, pero no lo sentí. Y eso significa mucho, considerando que soy un oriental acostumbrado al mar y a las temperaturas de la costa. Noté muy grises las tardes, muy silenciosos los pasos. Es época de vacaciones, e imagino que eso contribuye en parte al cambio de mi percepción sobre la ciudad. Es Mérida una ciudad estudiantil y turística. La Universidad de Los Andes está integrada y distribuida por toda la ciudad, y puede uno toparse con turistas en cualquier época del año. También es una ciudad caótica en cuanto al tráfico, por lo estrecho de sus espacios y por el crecimiento del parque automotor. Los minutos se consumen con mucha facilidad atascado en el tráfico. La noche de mi llegada, encontramos atascos por doquier, y el taxi parecía avanzar 30 metros cada 10 minutos. Mientras esperas en el taxi por alguna solución mágica a aquel revoltijo de autos, puedes ver cómo se abre la noche merideña: las eternas ventas en la calle, algunas tiendas bellamente iluminadas, las parejitas tomadas de la mano, los grupos de amigas adolescentes preparándose para romper la noche, y los afiches anunciando cursos de ésto y de aquello (en Mérida hay gente para todos los temas: desde los que son expertos en idioma finlandés, hasta los que se saben el modelo de la tuerca más pequeña del auto más costoso del Tokyo Motor Show más reciente).
Esta vez llegué con mi hermana a una posada en la Plaza de Milla que frecuenté mucho durante mis años estudiantiles: La Posada de la Loca Luz Caraballo. Curioso nombre. Hay toda una leyenda alrededor de la Loca Luz Caraballo. Uno de los hombres más ilustres de Venezuela, Andrés Eloy Blanco, escribió el Poema de la Loca Luz Caraballo, que empieza así:
De Chachopo a Apartaderos
camina Luz Caraballo
con violetitas de Mayo
con carneritos de Enero.
Inviernos del ventisquero,
farallón de los veranos,
con fríos cordilleranos,
con riscos y ajetreos,
se te van poniendo feos,
los deditos de tus manos.
La posada tiene una decoración muy tradicional, colonial, cautivadora para muchos turistas. A mi mamá le gusta mucho. Particularmente, queda muy cerca de donde necesitaba ir. Y también está cerca de una pizzería espectacular. Y en este viaje, por designios del azar, descubrí un restaurante ubicado en el extremo opuesto de la Plaza de Milla: sirven unos desayunos riquísimos (por cierto, confieso mi debilidad por las arepitas de trigo que preparan allá en Mérida: soy feliz con una arepita de ésas y algo de nata). Un hecho curioso en la posada: la chica de la recepción, a la que no conozco, apenas nos vio dijo que recordaba nuestra anterior visita, e incluso mencionó el número de las habitaciones que nos había asignado entonces… bastante curioso, porque esa visita anterior había ocurrido como unos 7 meses atrás… y me cansé de buscar disimuladamente alguna computadora sobre el escritorio… algún dispositivo electrónico para registro de huéspedes… y sólo había papeles… cuadernos… buena memoria… supongo. El trato en esa posada es excelente. De hecho, un amigo merideño no la conocía; nos reunimos en el pequeño vestíbulo de la posada, y quedó encantado con el ambiente. Además, ¡tienen una rockola! Imagino que no funciona, pero me divierto mucho viendo las canciones que están anotadas allí. Recuerdo que la rockola presume de tener “Sufrir” de Rodolfo… y también está ¡La Mochila Azul por Noel Petro! ¿Grabó Noel Petro ese tema? Yo conozco la versión que ha escuchado todo el mundo, la de Pedrito Fernández, y a Noel Petro lo conozco sólo por “Cabeza de Hacha”. Tendré que buscar esa mochila azul.
Y bueno, un viaje bastante tranquilo, por motivos de trabajo. Me reuní con personas muy lindas, profesionales excelentes. Una de las mayores virtudes de los merideños es su alto nivel de instrucción, el respeto y la cortesía que muestran siempre. Creo que el nombre original de Mérida es “Santiago de los Caballeros de Mérida”, y también se le conoce como “la ciudad de los caballeros”… y realmente son muy cultos y atentos. O bueno, particularmente los merideños que yo conozco son todos así. Una de esas personas lindas y excelente profesional me obsequió un tarrito de chocolate producido allá. Se llama Mucutella, y es un chocolate muy, muy bueno. Es un producto artesanal, fabricado por “Chocolates La Mucuy”. Para un apasionado del chocolate como yo, averiguar más sobre esos chocolates es una obligación para un próximo viaje.
No tuve tiempo para reunirme con todos los amigos, ni cerca. De hecho, mi tutor -que ahora vive en Madrid- se encontraba justo esos días allá en Mérida y no pude verlo (además me enteré de su presencia en Mérida justo horas antes de mi regreso).
Para cerrar, algo muy curioso: en la plaza de Milla, la mañana del regreso, estaba un señor leyendo un diario sentado en uno de los bancos. Entonces llegaron unos chicos a fumigar (contra el dengue, supongo). Encendieron la ruidosa máquina de fumigación y procedieron a inundar la plaza con humo blanco. En cuestión de segundos, el humo envolvió por completo al hombre. Lo más curioso del hecho es que el hombre no reveló ningún ademán para irse, un gesto de molestia, nada. Raros los dos, el que fumigaba (que llegó a esparcir humo sin importarle nada ni nadie), y el que leía (a quien no le importó no importar). Pero bueno… la gente y sus cosas.
÷. Ése es su nombre, no lo olvides. Óbelo. Lo viste en aquel libro viejo de aritmética, en el capítulo que habla de progresiones. Después lo encontraste por doquier, como operador de la división. En HTML se escribe con ÷ y así lo ves: ÷. U+00F7 en Unicode. También se le llama lemnisco, y aquí comparte nombre con unas fibras nerviosas (lemnisco lateral, lemnisco medial) y con la “cinta que en señal de recompensa honorífica acompañaba a las coronas y palmas de los atletas vencedores” (definición de lemnisco según el DRAE). Y sí, la palabra lemnisco te recuerda a la Lemniscata de Bernoulli.
En fin, ya sabes. Óbelo. Como en obelisco. Y en inglés, obelus con su plural obeli. La Wikipedia en francés se muestra concisa respecto a su uso en matemáticas:
L’obélus ÷, forme primitive de l’obèle “†”, est un signe utilisé en mathématique pour signifier la division. La division est aussi représentée par les deux-points “:”, ou par la barre oblique “/” utilisé comme barre de fraction.
Good software design always consider potential scenarios of failure. That’s easier said than done. Frequently, even detecting the failure may be a hard task. That’s other reason why design should always favor software construction based on low-coupled components: theoretically, it should be easier to isolate and identify the part at fault. Now, if a failure occurs, what will the system do? Mask the failure? Inform the user about the failure and ask her for directions? Try to automatically recover from failure? Nice questions, even prettier core dumps.
Today I read a succinct and instructive article by Professor Robert L. Glass, published in Communications of the ACM, Volume 51, Number 6 (2008). Professor Glass is a widely respected expert in the Software Engineering area, and his prose is always very eloquent and a pleasure to read. The specific article is Software Design and the Monkey’s Brain, and it attempts to capture the nature of software design. By the way, if you enjoy that article, you may also like a book by Professor Glass: Software Creativity 2.0, in which he expands on the role of creativity in software engineering and computer programming in general. Essentially, the article Software Design and the Monkey’s Brain deals with two intertwined observations:
Software Design is a sophisticated trial and error (iterative) activity.
Such iterative process mostly occurs inside the mind (at the speed of thought).
In the following, I’ll present my own appreciations on this topic. Regarding the first observation, I think that trial and error (I’ve also found the expression trial by error) is the underlying problem-solving approach of every software engineering methodology, like it or not. Alas, there is no algorithmic, perfectly formalized framework for creating software. In his classic book Object-Oriented Analysis and Design, Grady Booch says:
The amateur software engineer is always in search of magic, some sensational method or tool whose application promises to render software development trivial. It is the mark of the professional software engineer to know that no such panacea exists.
I totally agree. Nevertheless, some people dislike this reality. Referring to Software Engineering, a few (theorist) teachers of mine rejected calling it “Engineering”. These people cannot live without “magic”. Indeed, there are significant conceptual differences between software practitioners and some (stubborn) computer scientists, with regards to Software Engineering’s nature. These scientists are not very fond of the trial and error approach. In his article, Professor Glass presents some past investigations which verified that designing software was a trial and error iterative process. He also reflects on the differences in professional perceptions:
This may not have been a terribly acceptable discovery to computer scientists who presumably had hoped for a more algorithmic or prescriptive approach to design, but to software designers in the trenches of practice, it rang a clear and credible bell.
I like to think of software construction as a synthesis process. Specifically, there are two general factors in tension: human factors and artificial factors. The former, mostly informal, the latter, mostly formal. From the conflict, software emerges. Let’s remember that the synthesis solves the conflict between the parts by reconciling their commonalities, in order to form something new. It’s the task of the software designer to conciliate the best of both worlds. Software designers have to evaluate different trade-offs between human and artificial factors.
As a problem-solving activity, software construction is solution-oriented: the ultimate goal of software is to provide a solution to some specific problem. Such solution is evaluated by means of a model of the solution domain. But before arriving to such solution domain model, we have to form the problem domain model. The problem domain model captures the aspects of reality that are relevant to the problem. Later, designers look for a solution, as told, by trial and error. Additionally, the resources available to the designer, including knowledge, are limited. More often than not, empiricism and experience lead the search for a solution. This has an important consequence: software construction is a non-optimal process; we rarely arrive to the best solution (and which is the best solution?).
On its side, knowledge acquisition is other interesting process. During the entire cycle of development, designers have access to an incomplete knowledge. Gradually, designers learn those concepts pertinent to the problem domain model. And, when we are building the problem domain model, it often occurs that the client perspective of the problem changes, and we have to adjust to the new requirements. Interestingly enough, knowledge acquisition is a nonlinear process. Sometimes, a new piece of information may invalidate all our designs, and we must be prepared to start over.
Entre ayer y hoy me he dedicado a escuchar el nuevo disco de Arcade Fire: The Suburbs. El disco, en mi opinión, es uno de los mejores del año (un 2010 lleno de buenos discos, como el High Violet de The National, por poner un solo ejemplo). Para aquellos amantes del buen rock que compran sus CDs, The Suburbs me parece imprescindible.
Todos los temas son muy buenos; no hay “rellenos” ni composiciones aburridas. Para quienes temían que Arcade Fire se repitiera con este disco: vayan en paz. The Suburbs se aparta en buena medida del sonido de Funeral (2004) y Neon Bible (2007), pero sin renunciar por completo a la esencia melancólica de las canciones de Arcade Fire. Por ejemplo, el tema que comparte título con el álbum, The Suburbs, ofrece unas melodías alegres, pero la letra se encuentra impregnada de nostalgia:
In the suburbs I, I learned to drive / And you told me we’d never survive / Grab your mother’s keys we’re leaving / You always seemed so sure
Más adelante, en este mismo tema, se expresa:
So can you understand
Why I want a daughter while I’m still young?
I want to hold her hand,
And show her some beauty,
Before all this damage is done
But if it’s too much to ask
If it’s too much to ask
Then send me a son
Añoranzas. Deseos. Nostalgias. Parece un viaje. En algunas partes, melódicamente, este tema me recuerda a The New Pornographers y a MGMT. Por otro lado, hay mucha variedad entre las canciones, y a diferencia de sus trabajos anteriores, en este álbum hay una mayor presencia del sintetizador. Por momentos incluso rozan el indie punk. Variedad garantizada. En relación con mi tema favorito (Modern man): adoro esas guitarras estilo The Byrds, y la composición tipo Tom Petty y Roy Orbison.
Autor: Alejandro (26 de Marzo de 2010) (publicado en Narrativas N° 18, Julio-Septiembre de 2010, ISSN 1886-2519)
Ingredientes:
2 tazas de harina de trigo leudante marca “Trópico de Cáncer”.
99,62 gramos de margarina.
1 taza de azúcar morena.
7,62 mililitros de esencia de vainilla marca “El Negrito”.
Un par de huevos.
126,78 mililitros de leche.
Ralladura de limón (cantidad al gusto).
250 mililitros de aguardiente esterilizador.
La fiel ejecución de esta receta implica una renuncia irrevocable a la mediocridad, el sentimentalismo y la Bioquímica. Asegúrese, en primera instancia, de la instauración del orden y el método en su cocina. El horno acendrado, un arreglo áureo de cucharillas y envases, la batidora expectante, el tamiz virginal, la pared con la copia cómplice del “Jealousy” de Munch, la bitácora del último viaje que realizó con ella. Ella. O con más precisión: ella y su ausencia. O ella y otro, nunca se sabe. Otro, y puede que en este momento ella esté desnuda, pero ciertamente ella no es Dagny Juel, ni usted un aprendiz secreto y posmoderno de Antonin Carême. A muy pocos mortales les está permitido experimentar con la elegancia de los celos y el croquembouche. Entonces, recurra a su humildad y ubique las cicatrices del fuego en sus manos y en su corazón. También procure que esta receta permanezca inmune al efecto imprevisto de rabias y fluidos derramados.
Inicie enharinando un molde, y vierta las fotos donde aparecen juntos, respetando alguna cronología del cariño. Por decoro, las fotos donde ella lo besa pueden ir al fondo. Aplique algo de margarina, para que no se peguen. Por favor, precaliente el horno a 350°F (aproximadamente 180°C). Ahora recuerde aquel paseo nocturno y en bicicleta, e imagine que en este momento ella recorre esa ruta, bajo las mismas luces estrelladas, pero con otro. Acuérdese también del collar que usted le regaló inesperadamente, para sorprenderla y recibir la recompensa de su sonrisa, y no olvide que en diez días tiene que pagar la quinta cuota. Piense en los chocolates del 14 de Febrero y su cumpleaños. Rememore la revelación de adjetivos y adverbios infieles a la decencia que su mejor amigo compartió con usted hace cuatro años, cuando humillado por su inesperada (y como siempre, injustificada) soltería, analizaba la compra de unas rosas exquisitas y caras, su odisea por mares y sabanas del país preservando el ramillete en los hombros, y el obsequio para un nombre ahora ilícito que por entonces era el amor de su vida y lo sería durante dos o tres meses más. Felicitaciones si usted superó tal proeza.
Bata la margarina con el azúcar, hasta que adquieran la contextura de una crema uniforme. Agregue los huevos, y salpique con la esencia de vainilla. Observe con rigor científico y registre el proceso en su libretita de anotaciones culinarias, ésa que reserva para los descubrimientos fortuitos de alguna mezcla o sazón genial. Escriba allí todas las cosas que le responderá si a ella se le ocurre preguntar por usted. A su simple “¿cómo estás?”, usted responderá con una retahíla de reproches finamente premeditados. Rebájese, pruebe a insultarla. En todo caso, si su machismo y su perfil psicológico enfermizo y primitivo rigen su conducta, sepa que “coleccionista de bocas masculinas”, “aventurera de braguetas” o “pedazo de vulva fácil” nunca superarán al imperdonable y cálido “princesa de las mentiras”. Cuestión de tautologías.
El siguiente paso resulta inefable. Se relaciona con cernir la harina, pero nunca ha quedado claro. Refúgiese en su instinto o explore la pila de recetas viejas en busca de auxilio. Niéguese a la nostalgia si por azar encuentra una receta que pide leche condensada de una marca abandonada. Y si identifica la letra de ella en alguna de las notas relativas a los crepés a l’Armagnac (letra curvilínea, carnosa, con círculos exagerados sobre la “i”), resístase a los latidos súbitos, las palmas sudorosas y el diafragma inquieto. Distráigase con alguna ley de Kirchhoff o el sistema nervioso de las plantas.
Cuando dilucide el misterio, incorpore la harina y la leche. Mientras tanto, ¿se acuerda de cuando ella lo besó sorpresivamente, en plena calle, recién bajados del bus? Viaje a los mediodías calurosos, aburridos y pretéritos, decorados con la monotonía de la clase de Biología y Estudios de la Naturaleza. Elabore toda la trama científica pertinente. Ella jamás lo besó. Se trató, simplemente, del contacto de algunas capas celulares. Involucró la acción del masetero, el milohioideo, el estilogloso, el hiogloso, el geniogloso, los músculos intrínsecos de la lengua, y sobre todo, del risorio y el orbicularis ori. Señales neuronales muy específicas fueron atendidas, varias calorías se disiparon, y algunas promesas fueron tácitamente formuladas. Piense ahora que este mismo consumo de glucosa puede estarse desarrollando sin usted. Si lo hizo todo perfectamente, la mezcla debe mostrarse suave y rica, y también va a sentir un calambre a la altura del abdomen, amenazando con extenderse al muslo izquierdo. Acá olvídese de la verborrea científica y rehuya la blasfemia. La torta no exige aguardiente; sírvase.
Continúe batiendo durante unos minutos más. Si recibe un mensaje en su celular, ignórelo. No, no es ella. No subestime el orgullo femenino. A cambio, usted no la va a llamar nunca más en su vida. Usted olvidó el número de teléfono de la susodicha. Aunque el último dígito de ese teléfono es el tercer número primo. Y, sólo por respeto a Leibniz y a las mnemotecnias matemáticas, el penúltimo dígito corresponde al límite cuando equis tiende a infinito de uno sobre equis. Pero ya. Basta. A continuación, agregue la ralladura de limón y muestre un poco de dignidad. Mientras termina el batido, rastréela. Acuda a la red de redes, y en cualquier artilugio de búsquedas introduzca ese nombre o correo electrónico que le incomodan. Visite cualquier presencia cibernética de ella. Vea quién comenta sus fotos. Ríase como un imbécil si los comentarios provienen de alguna Juana, Luisa, Alejandra… enójese si comenta algún Juan, Luis, Alejandro. Espíela. Pero nunca olvide lo más importante: prométase que es la última vez que lo hace.
Vacíe la mezcla en el molde. ¿Se pegó en el fondo? Aplique medidas urgentes: recuerde el último capítulo del Zadig de Voltaire, tararee el final de “Harry, you’re a beast” de Frank Zappa and The Mothers of Invention, escriba un cuento titulado “El Prostíbulo Fantástico”, o celebre tardíamente el primer gol de Pelé en la final de Suecia 52. Por último, al horno, y salga a caminar.
Encuéntrese con las amigas de ella, y hábleles sobre temas que indirectamente la involucren. Trate de conducir la conversación hacia donde usted quiere, y cuando finalmente aparezca el nombre anhelado, hágase el indiferente, y simultáneamente trate de representar en su rostro, por una fracción de segundo, una muestra de sorpresa, asco, felicidad y evocación de una persona que, afortunadamente, ya usted olvidó y desea que le vaya bien en la vida. Por cierto, la feminidad involucra cierta complicidad de género, varios códigos y rituales prohibidos a los extranjeros. Y si ella fue capaz de compartir con sus amigas aquellas cinco páginas donde usted se deshacía en intimidades y bochornosas declaraciones de amor, no dude que le informarán sobre la charla con usted. Así que compórtese como lo que no es: un repostero magistral. Baje la temperatura del horno. Si recibe el dulce aroma de la torta anunciándose, pregunte por aquel tipo y ella. No crea si le dicen que es sólo un amigo, y crea menos si le dicen que es un primo.
Cuando termine, podrá comer la torta mientras organiza y responde su correo electrónico. Por ahí verá algunos correos de ella, atrapados entre el salvemos a fulanito con un click y las fotos bochornosas de la boda del ministro socialista. Lea alguno, y reencuéntrese con esas frases tan típicas y falsas de ella: “te quiero”’, “por favor créeme”, y alguna permutación de cursilerías. Sea varón y borre. Piense, escriba y destile. No olvide tampoco que si hoy ella pasa por su lado, lo mira y le sonríe, usted probablemente no se acordará de nada de esto. Sírvase preferiblemente frío.
Después de ver Stalker por primera vez, mi favoritismo hacia Zerkalo / The Mirror (otra brillante película de Andrei Tarkovsky) permaneció intacto. Creo que mi predilección por Zerkalo está sustentada en cierta debilidad personal por las secuencias metafóricas. Sin embargo, con el tiempo, a medida que los mensajes y símbolos de Stalker han sido paulatinamente asimilados por mis neuronas, creo que Stalker es mejor película (por favor, no se olvide nunca el carácter totalmente subjetivo de “mejor” en estos tópicos).
Stalker, en contenido, ofrece una riqueza impresionante. La presentación de dicha riqueza, además, resulta magistral: la sutileza domina los movimientos de cámara, con tomas de longitud justa, y con acercamientos (como el del inicio, en la habitación) bastante lentos, perfectos para capturar la atención y fomentar el análisis sobre lo que está sucediendo. En esta película la idea de tiempo corresponde con la fluidez de la cámara: todo transcurre sin saltos; observas, pero sin interrumpir la historia que se desarrolla. En relación con el espacio, hay algo notable: se construye la escena sin mostrarla toda, recurriendo para ello a la mente del espectador. Desde el comienzo la película es genial en este sentido. Por ejemplo, el bar no se muestra, pero lo sugieren, más allá del muro. Y cuando aparece el Escritor, la cámara no permite observar de qué lugar procede éste, sugiriendo implícitamente la presencia de otro espacio. Al respecto, leí que Tarkovsky dijo:
I think, that as little as possible (of film) has to be shown, and from that little the audience has to build up the idea of the rest… the symbol in cinema is a sort of nature, of reality. Of course, it isn’t a question of details, but of what is hidden.
En este sentido, la aproximación artística de Tarkovsky coincide con la de autores como H.P. Lovecraft, defensores de este tipo de reconstrucción mental. Adicionalmente, las películas de Tarkovsky son generosas en simbolismo. En el caso de Stalker, tenemos como algunos ejemplos al tren, al perro, y principalmente, a la Zona (símbolo supremo de la película). En general, con la “zona” Tarkovsky nos enfrenta a la perpetua ansiedad humana por satisfacer sus deseos, sin conocer muy bien el significado de lo que desean, sin saber si la visita a la “zona” les permitirá fortalecerse o autodestruirse.
Ninguno de los personajes me resulta simpático. Stalker, Científico, Escritor, esposa, hija… todos me provocan antipatía. Tal vez la esposa se erige en especie de antítesis frente al cinismo que carcome a otros, como el Escritor y el Científico. Sin embargo, a pesar de lo difícil que resulta simpatizar con él, la dimensión humana del Stalker es fascinante. Es un hombre con un propósito vital extravagante. ¿Qué gana realmente llevando gente a la Zona? ¿Quiere confirmar algo para sí mismo? ¿La manera en que se aferra a las reglas para defenderse del supuesto peligro extremo en tránsito a la Zona, es el reflejo de las dudas que lo consumen?
Una palabra para la escena final, con Monkey: impactante. Muchas interpretaciones son posibles. ¿La complejidad de lo paranormal, o la sencillez del paso del tren?
Y no comentaré sobre la música magistral aportada a la película por ese otro genio, Eduard Artemyev. Aquí está el tema principal de Stalker, una delicia:
Listo. Ahora los niños no podrán acceder a esos mercados cibernéticos de la carne. Lucía une los muslos y me recuerda al nene tocándose frente al monitor. El bromazepam diluido en los capilares. En la maravilla de un alba me fui por tu cuerpo y no regresé. La facultad y cuando te descubrí y me gustabas. Ser autómata no cohíbe mi predisposición al disparate. Conjugación satisfecha en pasado. Y al llegar a tu vientre la alegría de escuchar fui feliz. Me gusta la nueva muchacha de administración, pero al jefe también le gusta. Lucía me mira extraño, y usa conmigo esos ojos hace días. Grito pero a ella le parece que gimo. Risa gutural. El demonio y sus cuernos. La sombra del poste decora la pared junto a la cama. Papá entra y apaga la luz. Ayer me acordé de mi primera novia. ¿Por qué sueño con ella? Cierto, los niños. La tengo a ella ¿y qué más? A veces me atormento con la idea de la eneuresis y su vuelta, porque ahora tengo a Lucía. Quiero golpear al gordo del 53. ¿Va a llevar estas hojillas? Vienen a precio nuevo. Sin embargo, ya no digo no. Los ojos verdes y poco más. Esos lentes la hacen ver aún menos femenina. Lucía es tan distinta, tan carente. Me encanta la tetona nueva. Quiere. Hoy no. Ahí está mirándome otra vez, inquisidora. Yo no. Pero Lucía es inteligente. El 15 comienzan a aplicar el aumento. Tal vez no merezco eso. ¿Irás a mi recital mañana? La valla la modelo en traje de baño cerveza y el neón. El carril derecho está más desahogado. La pornografía del tráfico desde la ventana de un séptimo piso. Lucía me mira. La tanga inverosímil de Lucía. A la cama que mañana tienen escuela temprano. Que la luz encendida como la mía a su edad. Me dice que tiene miedo y examen mañana. Pan, leche, jamón. El violín de Lucía. Lucía. El timbre que viola también la paz. Etcétera, gastos de venta y distribución, costo de ventas, ventas netas, estado consolidado de ganancias y pérdidas. Armazones de píxeles masacrándose unos a otros en la sala y su televisor. Olvido que el ascensor no funciona. Al fin llegamos. Para mí que es el arranque. Sin opciones llamo al primo mecánico. Siguió de largo. Creo que ahí viene Fernando. Ese auto lo conozco.
Listo. Espero que la maestra no se de cuenta de que la tarea se las hice yo.