El Libro de La Imaginación

Hace poco me encontré con un librito entretenido, titulado El Libro de La Imaginación, una antología de más de 400 breves e ingeniosos textos compilados por Edmundo Valadés. La edición que adquirí fue publicada por el Fondo de Cultura Económica de México, y ha venido bien para continuar el rumbo de lecturas posteriores a 2666.

El Libro de La Imaginación
El Libro de La Imaginación

Sobre el autor, se lee lo siguiente en la contratapa del libro:

Edmundo Valadés (1915-1994) cuentista, periodista y editor, fundó en 1964 la revista El Cuento, que se convertiría en uno de los foros hispanoamericanos más importantes del cuento universal. Ejerció la crítica literaria en los periódicos El Día, Excélsior, unomásuno y Novedades, donde además desempeñó diversos cargos. Recibió la medalla Nezahualcóyotl, de la Sociedad General de Escritores de México; el Premio Nacional de Periodismo 1981, y el Premio Rosario Castellanos, del Club de Periodistas de México.

Epigramas, astucia, ironía, inteligencia y sobre todo mucha imaginación fluye por las selecciones de este libro. Incluye textos de autores muy reconocidos como Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Augusto Monterroso, Juan José Arreola, etc., pero también hay selecciones de otros autores, incluyendo al propio Edmundo Valadés. De todos los prodigios e historias que componen el libro mi favorito indiscutible es el relato La Sentencia del escritor chino Wu Cheng’en. Un libro recomendado, para pasar un buen rato y disfrutar, por supuesto, de la imaginación.

El Humo del Guiso

Anónimo Árabe

En las ciudades orientales hay calles en las cuales los cocineros preparan los platos más exquisitos en la calle, y la gente se agolpa alrededor de sus puestos para comer y comprar.

A uno de estos puestos ambulantes se acercó un día un pobre. No teniendo dinero para comprar alguna cosa, puso su pan sobre una olla de guisado, lo impregnó del humo apetitoso que salía y se lo comió ávidamente.

Pero precisamente aquella mañana el cocinero no había hecho buenos negocios y estaba de mal humor. Por eso se volvió con ira al pobre y le dijo:

– Págame lo que has tomado.

– Pero yo no he tomado de tu cocina más que humo, repuso el pobre.

– ¡Págame el humo!, tronó el cocinero enfurecido.

La cosa terminó en el tribunal. El Sultán llamó a asamblea a todos los sabios del reino y les propuso resolver la cuestión.

Comenzaron a discutir y a matizar la cuestión: algunos daban la razón al uno, con el pretexto de que el humo pertenece al dueño del guisado, y otros al otro, sosteniendo que el humo es de todos, como el aire que se respira. Finalmente, después de largas discusiones, la sentencia fue ésta:

“Ya que el pobre ha gozado del humo, pero no ha tocado el guiso, debe tomar una moneda y golpear con ella la madera. El sonido de la moneda pagará al cocinero”.

Así se hizo. A cambio del humo del guisado, el cocinero tuvo el sonido de la moneda.


Nota: Existen muchas variantes de este relato. Consultar, por ejemplo, el cuento LXXII en “El Sobremesa y Alivio de Caminantes”, recopilación de Juan de Timoneda.

Corazonada

Por una corazonada, visité la biblioteca y me entretuve con la antología de cuentos hispanoamericanos. Sin asombro, examiné las marcas de óxido en la armadura. A pesar de este óxido y otras derrotas, el caballero aún conservaba el ánimo del primer día. Fui directo al último de los cuentos, que resultó ser Las ruinas circulares, el primer cuento de Borges que leí, allá en algún remoto texto de bachillerato. Múltiples relecturas me permiten recordar fragmentos literales de Las ruinas circulares, y también algún otro de El muerto, incluido en la antología. Qué curioso. Dos cuentos de Borges en ese libro. Revisando el índice comprobé que la antología incluye, para cada autor seleccionado, un solo cuento, con la excepción de Borges. Interesante decisión del antologador. Creo que proporciona indicios claros sobre su apreciación literaria. En la antología, el predecesor inmediato de los cuentos borgianos es el relato Corazonada, de Mario Benedetti. Este cuento, sin ser mi favorito de Montevideanos, triunfa en su propósito: evoca un contexto muy latinoamericano, con temática socialmente sensible, y con un estilo impregnado de humor. Este humor de Benedetti me trae imágenes inconexas y relativas a la predilección de los creadores uruguayos por encontrar la gracia en cualquier cosa, por reírse de sí mismos sin ningún problema, y por socavar lo solemne si hace falta. Recuerdo, por ejemplo, muchos temas del Cuarteto de Nos (No somos latinos, El día que Artigas se emborrachó, etcétera) o aquella murga de Agarrate Catalina, relativa a la visita de Chávez a la tierra oriental. Corazonada suscribe este humor criollo. Un humor que resulta genial por su honestidad que no rehuye la crudeza. Resulta genial por el simple obsequio de la risa. Pero sobre todo, y más en la obra de Benedetti, resulta genial porque permite narrar profundos dramas sociales con frescura y elegancia. En particular, creo que con esta clase de humor la estirpe oriental intenta encontrar el lado cómico de todas las tragedias universales que nos acometen día tras día, para hacer más tolerable el dolor. Corazonada es un buen ejemplo de esta afirmación.

El anillo

Hablo con Borges. Me cuenta: El rey David llamó a un joyero y le pidió que le hiciera un anillo que le recordara, en los momentos de júbilo, que no debería ensoberbecerse, y, en los momentos de tristeza, que no debía abatirse. “¿Cómo lo haré?”, preguntó el hombre. “Tú lo sabrás —contestó el rey—. Para eso eres artífice”. El joyero salió a la calle. Un joven le preguntó: “Anciano, ¿qué te atormenta?”. El joyero contestó: “El rey me ha encargado un anillo” y explicó todo. “Eso es fácil —declaró el joven—. Fabrica un anillo de oro, con la inscripción: Esto también pasará”. Así lo hizo el joyero y llevó el anillo al rey, quien le preguntó: “¿Cómo se te ha ocurrido eso?”. “No se me ha ocurrido a mí, sino a un joven que era así y así”, contestó el joyero. “Ah —exclamó el rey—, ese joven es mi hijo Salomón.” Es una historia perfecta, limada hasta la perfección por los años. Qué bien que el joven no fuera un ángel, como uno temía, sino Salomón.

Entrada correspondiente al miércoles 9 de abril de 1958 en el libro “Borges” de Adolfo Bioy Casares.

Indeleble

La primera recomendación del año: Indeleble, colección de historias nacidas de la mente brillante, efervescente y salvadoreña de Ligia María Orellana. Piense y diviértase (orden intencional) durante un rato, adquiera indelebles conexiones sinápticas, vaya y confirme la grandeza de este libro aquí mismo: Indeleble. Hágame caso, es una lectura que agradecerá. Indeleble proyecta con excelencia el estilo tan peculiar de Ligia, algo así como un rock en texto, con acordes satíricos, irónicos, impregnados de humor… y sin embargo, en el fondo, descubrirá el lector atento la persistencia de una mirada tierna examinando el alma sensible, lo humano. Ligia es inteligencia pura, una autora excelente (ya celebramos antes el relato Manifesto Tercermundista de su libro Combustiones Espontáneas).

Me reí muchísimo con el Tripin versión selecta, especialmente con el pase Matrix en la página 14. Además, el cuento “Harvey P. va por Aminah hasta África” pasa a mi lista de favoritos; el cuento contiene varias ideas que espero comentar en un futuro próximo. Libro recomendadísimo.

Vida

He leído buena parte de la obra del excelente escritor panameño Roberto Pérez-Franco, y me permito recomendar el que consideramos es su mejor cuento: Vida. Es un cuento muy positivo, cuyo argumento, en específico, nos arrancará algún rubor por la exposición de la barbarie subyacente a ciertos “métodos educativos”, y en general nos muestra el escenario de la enajenación del hombre respecto a su condición natural. El cuento nos traslada, con ternura, a aquellos tiempos de las primeras clases de ciencias biológicas. Un cuento magistral. Puede leerse aquí.

L’Arrabiata

El cuento L’Arrabiata, de Paul von Heyse, es uno de mis predilectos. Lo he releído varias veces, con el placer de descubrir que, a medida que transcurren los años, el cuento me gusta más. No he podido encontrar en la web una versión en español, pero aquí está una traducción de L’Arrabiata al inglés, realizada por Mary Wilson.

Vasilisa the Beautiful

Vasilisa (Ilustración de Iván Bilibin).

Hoy leí Vasilisa the Beautiful, un cuento popular ruso. Excelente, me gustó. Puede leerse aquí y una versión ligeramente distinta y más simple aquí. El camino hasta el cuento partió del encuentro casual con una ilustración de la bruja llamada Baba Yaga. Posteriormente, tratando de informarme más sobre esta bruja que desconocía llegué a este cuento del cual Baba Yaga es un personaje importante. Creo que el cuento apareció compilado por primera vez en el libro Russian Fairy Tails, una compilación de cuentos rusos realizada por Alexander Afanasyev. Es una historia muy buena, un cuento de hadas, una especie de cenicienta rusa. Fiel a varios estereotipos, encontramos en este cuento a la protagonista bella, virtuosa, querida, y también a la madrastra y hermanastras perversas. A la maldad de éstas sumemos el horror del bosque y sus personajes siniestros, principalmente originado en la bruja Baba Yaga. La atmósfera del cuento en cierto punto se inunda de las corrientes frías y aterradoras tan típicas de muchos cuentos  infantiles… corrientes del terror que con frecuencia me han hecho pensar que esos cuentos infantiles de infantiles tienen poco. Además de estos terrores, en varios pasajes se nota que Afanasyev no ha olvidado al lector adulto al momento de presentar la historia: el cuento incorpora metáforas complejas, descripciones rurales, esbozos agudos del tema premio-castigo.

Hay una parte del relato que quiero destacar, parte de una charla entre Vasilisa y Baba Yaga:

“I spoke not,” Vasilissa answered, “because I dared not. But if thou wilt allow me, grandmother, I wish to ask thee some questions.”

“Well,” said the old witch, “only remember that every question does not lead to good. If thou knowest overmuch, thou wilt grow old too soon. What wilt thou ask?”

Relación interesante entre knowing y growing old. Porque conocimiento significa poder, pero también antigüedad. Juventud, poder, sabiduría; tesoros no necesariamente compatibles.

De lo que aconteció a un deán de Santiago con don Illán, gran maestro que moraba en Toledo

Autor: Don Juan Manuel

Otro día hablaba el conde Lucanor con Patronio, su consejero, y contábale sus asuntos de esta guisa:

-Patronio, un hombre vino a rogarme que le ayudase en un hecho en que había menester mi ayuda, y prometióme que haría por mí todas las cosas que fuesen mi pro y mi honra. Y yo comencele a ayudar cuanto pude en aquel hecho. Y antes de que el negocio fuese acabado, creyendo él que ya el negocio suyo estaba resuelto, acaeció una cosa en que cumplía que él la hiciese por mí, y roguele que la hiciese y él púsome excusa. Y después acaeció otra cosa que él hubiese podido hacer por mí, y púsome otrosí excusa: y esto me hizo en todo lo que yo le rogué que hiciese por mí. Y aquel hecho por el que él me rogó, no está aún resuelto, ni se resolverá si yo no quiero. Y por la confianza que yo he en vos y en el vuestro entendimiento, ruégoos que me aconsejéis lo que haga en esto.

-Señor conde -dijo Patronio-, para que vos hagáis en esto lo que vos debéis, mucho querría que supieseis lo que aconteció a un deán de Santiago con don Illán, el gran maestro que moraba en Toledo.

Y el conde le preguntó cómo había sido aquello.

-Señor conde -dijo Patronio-, en Santiago había un deán que había muy gran talante de saber el arte de la nigromancia, y oyó decir que don Illán de Toledo sabía de ello más que ninguno que viviese en aquella sazón. Y por ello vínose para Toledo para aprender aquella ciencia. Y el día que llegó a Toledo, enderezó luego a casa de don Illán y hallolo que estaba leyendo en una cámara muy apartada; y luego que llegó a él, recibiolo muy bien y díjole que no quería que le dijese ninguna cosa de aquello por lo que venía hasta que hubiesen comido. Y cuidó muy bien de él e hízole dar muy buena posada, y todo lo que hubo menester, y diole a entender que le placía mucho con su venida.

Y después que hubieron comido, apartose con él y contole la razón por la que allí había venido, y rogole muy apremiadamente que le mostrase aquella ciencia, que él había muy gran talante de aprenderla. Y don Illán díjole que él era deán y hombre de gran rango y que podría llegar a gran estado y los hombres que gran estado tienen, desde que todo lo suyo han resuelto a su voluntad, olvidan muy deprisa lo que otro ha hecho por ellos. Y él, que recelaba que desde que él hubiese aprendido de él aquello que él quería saber, que no le haría tanto bien como él le prometía. Y el deán le prometió y le aseguró que de cualquier bien que él tuviese, que nunca haría sino lo que él mandase.

Y en estas hablas estuvieron desde que hubieron yantado hasta que fue hora de cena. De que su pleito fue bien asosegado entre ellos, dijo don Illán al deán que aquella ciencia no se podía aprender sino en lugar muy apartado y que luego, esa noche, le quería mostrar dó habían de estar hasta que hubiese aprendido aquello que él quería saber. Y tomole por la mano y llevole a una cámara. Y, en apartándose de la otra gente, llamó a una manceba de su casa y díjole que tuviese perdices para que cenasen esa noche, mas que no las pusiese a asar hasta que él se lo mandase.

Y desde que esto hubo dicho llamó al deán; y entraron ambos por una escalera de piedra muy bien labrada y fueron descendiendo por ella muy gran rato de guisa que parecía que estaban tan bajos que pasaba el río Tajo sobre ellos. Y desde que estuvieron al final de la escalera, hallaron una posada muy buena, y una cámara muy adornada que allí había, donde estaban los libros y el estudio en que había de leer. Y desde que se sentaron, estaban parando mientes en cuáles libros habían de comenzar. Y estando ellos en esto, entraron dos hombres por la puerta y diéronle una carta que le enviaba el arzobispo, su tío, en que le hacía saber que estaba muy doliente y que le enviaba rogar que, si le quería ver vivo, que se fuese luego para él. Al deán le pesó mucho de estas nuevas; lo uno por la dolencia de su tío, y lo otro porque receló que había de dejar su estudio que había comenzado. Pero puso en su corazón el no dejar aquel estudio tan deprisa e hizo sus cartas de respuesta y enviolas al arzobispo su tío. Y de allí a unos tres días llegaron otros hombres a pie que traían otras cartas al deán, en que le hacían saber que el arzobispo era finado, y que estaban todos los de la iglesia en su elección y que fiaban en que, por la merced de Dios, que le elegirían a él, y por esta razón que no se apresurase a ir a la iglesia. Porque mejor era para él que le eligiesen estando en otra parte, que no estando en la Iglesia.

Y de allí al cabo de siete o de ocho días, vinieron dos escuderos muy bien vestidos y muy bien aparejados, y cuando llegaron a él besáronle la mano y mostráronle las cartas que decían cómo le habían elegido arzobispo. Y cuando don Illán esto oyó, fue al electo y díjole cómo agradecía mucho a Dios porque estas buenas nuevas le habían llegado en su casa; y pues Dios tanto bien le había hecho, que le pedía como merced que el deanato que quedaba vacante que lo diese a un hijo suyo. El electo díjole que le rogaba que le quisiese permitir que aquel deanato que lo hubiese un su hermano; mas que el haría bien de guisa que él quedase contento, y que le rogaba que se fuese con él para Santiago y que llevase él a aquel su hijo. Don Illán dijo que lo haría.

Y fuéronse para Santiago; y cuando allí llegaron fueron muy bien recibidos y muy honrosamente. Y desde que moraron allí un tiempo, un día llegaron al arzobispo mandaderos del papa con sus cartas en las cuales le daba el obispado de Tolosa, y que le concedía la gracia de que pudiese dar el arzobispado a quien quisiese. Cuando don Illán esto oyó, recordándole muy apremiadamente lo que con él había convenido, pidiole como merced que lo diese a su hijo; y el arzobispo le rogó que consintiese que lo hubiese un su tío, hermano de su padre. Y don Illán dijo que bien entendía que le hacía gran tuerto, pero que esto que lo consentía con tal de que estuviese seguro de que se lo enmendaría más adelante. El arzobispo le prometió de toda guisa que lo haría así y rogolo que fuese con él a Tolosa .

Y desde que llegaron a Tolosa, fueron muy bien recibidos de los condes y de cuantos hombres buenos había en la tierra. Y desde que hubieron allí morado hasta dos años. llegáronle mandaderos del papa con sus cartas en las cuales le hacía el papa cardenal y que le concedía la gracia de que diese el obispado de Tolosa a quien quisiese. Entonces fue a él don Illán y díjole que, pues tantas veces le había fallado en lo que con él había acordado, que ya aquí no había lugar para ponerle excusa ninguna, que no diese alguna de aquellas dignidades a su hijo. Y el cardenal rogole que consintiese que hubiese aquel obispado un su tío, hermano de su madre, que era hombre bueno y anciano; mas que, pues él cardenal era, que se fuese con él para la corte, que asaz había en que hacerle bien. Y don Illán quejose de ello mucho, pero consintió en lo que el cardenal quiso, y fuese con él para la corte.

Y desde que allí llegaron, fueron muy bien recibidos por los cardenales y por cuantos allí estaban en la corte, y moraron allí muy gran tiempo. Y don Illán apremiando cada día al cardenal que le hiciese alguna gracia a su hijo, y él poníale excusas.

Y estando así en la corte, finó el papa; y todos los cardenales eligieron a aquel cardenal por papa. Entonces fue a él don Illán y díjole que ya no podía poner excusa para no cumplir lo que le había prometido. Y el papa le dijo que no le apremiase tanto, que siempre habría lugar para que le hiciese merced según fuese razón. Y don Illán se comenzó a quejar mucho, recordándole cuántas cosas le había prometido y que nunca le había cumplido ninguna, y diciéndole que aquello recelaba él la primera vez que con él había hablado y pues que a aquel estado era llegado y no le cumplía lo que le había prometido, que ya no le quedaba lugar para esperar de él bien ninguno. De esta queja se quejó mucho el papa y comenzole a maltraer diciéndole que, si más le apremiase, que le haría echar en una cárcel, que era hereje y mago, que bien sabía él que no había otra vida ni otro oficio en Toledo donde él moraba, sino vivir de aquel arte de la nigromancia.

Y desde que don Illán vio cuán mal galardonaba el papa lo que por él había hecho, despidiose de él y ni siquiera le quiso dar el papa que comiese por el camino. Entonces don Illán dijo al papa que pues otra cosa no tenía para comer, que se habría de tornar a las perdices que había mandado a asar aquella noche, y llamó a la mujer y díjole que asase las perdices.

Cuando esto dijo don Illán, se halló el papa en Toledo, deán de Santiago, como lo era cuando allí vino, y tan grande fue la vergüenza que hubo, que no supo qué decirle. Y don Illán díjole que se fuese con buena ventura y que asaz había probado lo que tenía en él, y que lo tendría por muy mal empleado si comiese su parte de las perdices.

Y vos, señor conde Lucanor, pues veis que tanto hacéis por aquel hombre que os demanda ayuda y no os da de ello mejores gracias, tengo que no habéis por qué trabajar ni aventuraros mucho para llevarlo a ocasión en que os dé tal galardón como el deán dio a don Illán.

El conde tuvo éste por buen consejo, e hízolo así y hallose en ello bien.

Y porque entendió don Juan que este ejemplo era muy bueno, hízolo escribir en este libro e hizo de ello estos versos que dicen así:

A quien mucho ayudes y no te lo reconozca
menos ayuda habrás de él desde que a gran honra suba.


Nota: Tenía pendiente esta lectura desde hace mucho tiempo. Fran había recomendado este cuento en su entrada Españoles Fantásticos, y recién ahora he encontrado una grieta en mis ocupaciones, apropiada para la lectura de este cuento delicioso. Señala Fran que este relato de Don Juan Manuel era uno de los favoritos de Borges. Excelente cuento, y con un mensaje muy pertinente para todas las eras. De Don Juan Manuel no conozco mucho. Antes de este relato sólo había leído “De lo que contesció a un raposo que se echó en la calle et se fizo muerto” y “De lo que contesció al rey Abenabet de Sevilla con Ramaiquía su mujer”, ambos con sensaciones similares a las del Decamerón. Pero éste, “De lo que aconteció a un deán de Santiago con don Illán, gran maestro que moraba en Toledo” es mucho mejor. Creo que estos tres cuentos referidos pertenecen al Libro de los enxiemplos del Conde Lucanor et de Patronio, libro con el que me gustaría encontrarme en algún momento.

Manifesto Tercermundista

Autora: Ligia María Orellana (relato incluido en su libro “Combustiones Espontáneas”)

Joselo Manifesto despertó una mañana de octubre, refunfuñando. Su café matutino se volvía amargo por culpa de las noticias que traía el nefasto periódico. “¡No puedo creer lo que escuchan mis ojos!”, exclamaba entre sorbos y artículos de 500 palabras.
Veinte minutos más tarde, el ingenuo, dogmático y egocéntrico hombre se subió a su modesto automóvil, y se dirigió a su modesto trabajo, con su arrogante estupidez bien afianzada en su idiosincrasia.
La calle a dos calles del edificio donde trabajaba estaba bloqueada por la Comunidad de Infelices Ciudadanos Sedientos, que no tenían servicio de agua desde hacía 1084 días. Cuando el modesto carro de Joselo quedó atascado en el embotellamiento, Joselo refunfuñó como lo hizo en la mañana: “¡¿Qué me importa que no tengan agua?! ¡Tengo que llegar a mi trabajo!”, masculló encolerizado. Y no es que quisiera llegar a su trabajo.
Joselo Manifesto se presentó en la oficina con dos horas de retraso. La Comunidad de Infelices Ciudadanos Sedientos se vio obligada a retirarse después de que uno sus miembros sufriera combustión espontánea a media calle.
“Señor Manifesto, lo llama su ex esposa”, se oyó decir a su secretaria, cerca del almuerzo. “Dice que usted la está sometiendo a violencia económica y que si no le pasa el cheque esta semana, usted irá a la cárcel y después al infierno”. Y la secretaria sonrió, porque le fascinaban las telenovelas.
El señor Manifesto dio por terminada la charla con su ex cónyuge sin haberla iniciado; no podía ir a la cárcel, porque tenía amigos. Y en cuanto al infierno, ya estaba en él.
Despertó al día siguiente, refunfuñando. Despertó en abril, y seguía refunfuñando. Procreó desconocidos con desconocidas, y su estómago se hinchó cada día un poco más. Octubre pasó diez veces, y él seguía refunfuñando por las mañanas. La Comunidad de Infelices Ciudadanos Sedientos fue arrasada por una inundación y no quedó vivo ni un solo miembro. A pesar de eso, los embotellamientos continuaron.
Joselo Manifesto nunca hizo nada benévolamente extraordinario, ni sobresalió en nada más que su prominente barriga de alcohólico fantasioso.
Una mañana de agosto, a sus 49 años, no se despertó refunfuñando. Porque de hecho, no se despertó. En su país, que estaba en vías de subdesarrollo (muy lejos del desarrollo), la esperanza de vida no era muy prometedora. En todo caso, ¿a quien le gustaría vivir tanto tiempo en un país tercermundista, con Joselos Manifestos como compañeros de desgracia?

“De todos modos era un bastardo”, dijeron sus compañeros de oficina como único epitafio.


Nota: Mi cuento favorito de Combustiones Espontáneas. Creo que refleja a la perfección el estilo de Ligia: lúcido, crítico y aderezado con ese sentido del humor tan particular, tan Ligia. Como dije antes, “Ligia tiene un sentido del humor que oscila entre lo tierno y lo ácido, entre lo condescendiente y lo implacable”, y creo que Manifesto Tercermundista muestra plenamente a lo que me refiero. Pero más allá de eso, Manifesto Tercermundista destaca por su exposición de una realidad cercana, inmediata en tiempo y espacio: la de los hombres ajenos a su humanidad.  Sin duda, de los mejores relatos que he leído.