Realmente no conservo la cuenta precisa de mis viajes a Mérida. Pero ya deben totalizar más de 20 las veces que he completado el viaje de ida y vuelta en avión entre Margarita y Mérida. Es un recorrido de varios kilómetros, que prácticamente implica cruzar Venezuela desde oriente hacia occidente. Y a pesar de tantos “¡Hola, Mérida!”, puede decirse que no conozco Mérida. Algún amigo me dirá que si no he visto un juego de Estudiantes de Mérida, “no he ido a Mérida” (por cierto, Estudiantes de Mérida se fundó en 1971, por lo cual es uno de los clubes más antiguos de mi país… aunque en el contexto del fútbol de toda América, 1971 fue ayer; también recuerdo que los dos primeros goles de Estudiantes fueron convertidos por un uruguayo y un brasileño). Alguna amiga me recordará que no he visitado el páramo, y que en consecuencia, “no he ido a Mérida”. Tampoco he visitado la Heladería Coromoto, esa heladería merideña que figura en el Libro Guinness de récords mundiales como la heladería con más variedad de sabores en el mundo. Tampoco he subido al trolebús. Mi hermana, con menos viajes a Mérida, ha visto más que yo, y destaco principalmente que ella sí ha visitado la referida heladería (y habla de helados de carne, de champiñones al vino y de cosas extravagantes para un sabor de helado).
Y así, muchísimos faltantes. Nada de Pico Bolívar, nada de Mucuchíes, nada de Estadio Metropolitano, nada de Monumental, nada de Teleférico. En cambio, mucho de facultades (sobre todo la de Ingeniería), mucho de institutos de ciencia y tecnología, mucho de plazas (Milla, Bolívar, Glorias Patrias), mucho de librerías, mucho de la Catedral. He visitado, creo, todos los mercados importantes. He ido a un zoológico-parque en La Hechicera. También, por los actos de grado, conservo algunos recuerdos de la Plaza del Rectorado. He caminado bastante por el casco central, entre la plaza de Milla y la de Glorias Patrias. Los Chorros de Milla, y sobre todo La Hechicera, son zonas que no me resultan extrañas. Pero evidentemente, aún debo invertir muchos pasos para poder afirmar con alguna propiedad que “conozco Mérida”. Y pensándolo bien, con tantas y tan buenas amistades que tengo allá, de alguna manera mi alegado desconocimiento resulta injustificable. Culpa de mis prisas.
Por la distancia, no hay vuelos directos entre Margarita y Mérida; alguna escala o conexión -generalmente en Maiquetía- resulta obligatoria. Hace algunos años, cuando el viaje entre estas localidades me resultaba más cómodo, la conexión ocurría en Maracay o en Valencia. Fueron ésos mis primeros viajes a Mérida, a bordo de aquellos Beechcrafts de la aerolínea Avior, con la femenina (y algo macabra) voz pregrabada que ofrecía las instrucciones de aeronáutica civil. A veces arribaba a Maracay o Valencia, se producía un recambio de pasajeros, y continuábamos de inmediato. En otras ocasiones, debía abandonar la aeronave mientras suministraban combustible. Pero en general era un viaje muy cómodo, con esperas mínimas. También viajé con la desaparecida (o mejor dicho: rebautizada) Santa Bárbara Airlines, pero siempre preferí el vuelo con Avior. De hecho, tengo unas millas acumuladas con Avior, esperando que algún día me decida a apartar algo de tiempo para dirigirme a algún lado. Mi primer viaje a Mérida (en 2001) pareció un preludio de lo que venía: en Avior, fui con mi papá, subí a La Hechicera a conocer a quien años después sería mi tutor de Maestría y Doctorado, y regresé a Margarita en menos de 12 horas 😀
Estos viajes relativamente cómodos y rápidos podían hacerse cuando estaba habilitado el aeropuerto Alberto Carnevali de la ciudad de Mérida. Pero ahora no se encuentra habilitado para vuelos comerciales. En la actualidad, hay que llegar al aeropuerto Juan Pablo Pérez Alfonso en El Vigía, y después tomar un taxi hasta Mérida (un trayecto que, en el mejor de los casos, requiere hora y media). El Vigía es una ciudad de la zona del Sur del Lago, una de las zonas con más alta producción agropecuaria de Venezuela, y se encuentra “a medio camino” entre las ciudades de Mérida (Estado Mérida) y Santa Bárbara (Estado Zulia). El principal problema del Aeropuero Alberto Carnevali son sus reducidas dimensiones. Además, tiene una sola pista de aterrizaje, está rodeado de casas y comercios, y hay muchas montañas en las cercanías. Por tal razón, sólo puede recibir aviones pequeños como los Beechcrafts. Los viajes comerciales en el aeropuerto de Mérida se suspendieron a raíz del tristísimo accidente de 2008… qué cosa más triste. Venezuela necesita más cariño, más atención en todos sus ámbitos. Necesitamos más disciplina, más prevención. Personalmente, me correspondió conocer el aeropuerto del Vigía de una forma muy inesperada. Fue en 2004 o 2005 cuando, viajando con Avior, al aproximarnos al aeropuerto de Mérida nos encontramos con una nubosidad increíble. El piloto dio varias vueltas, intentando quién sabe qué, hasta que alguien decidió que nos desviáramos al aeropuerto del Vigía. Y así fue como llegué por primera vez al Vigía, y como vi por primera vez sus verdes campos y las vaquitas pastando. De ese vuelo recuerdo especialmente a unas señoras mayores que venían en asientos delante del mío… nunca había visto a una persona persignarse tan rápido y tan seguido. El aeropuero del Vigía es más amplio, y puede recibir aviones grandes como los Boeings 747. Supuestamente, pronto reabrirán el aeropuerto de Mérida, con una nueva línea aérea. Veremos qué resulta.
Mis viajes más recientes hacia Mérida han utilizado los servicios de la aerolínea Conviasa. El vuelo con ellos es excelente, muy relajado, y con una buena sensación de seguridad. Tenían unas azafatas muy lindas, pero en este reciente viaje toda la tripulación era masculina… trabajan muy bien, pero vamos, no es lo mismo 😀 Lo único malo de Conviasa (y realmente es muy malo) son los permanentes retrasos, al menos en los vuelos que me han correspondido (creo que unos 8 vuelos con ellos). En ninguno de esos 8 vuelos han salido a la hora señalada. En algunos casos he debido esperar 4 o hasta 6 horas. Este detalle arruina el resto de la impresión favorable, y vuelvo a recordar lo que dije antes: a Venezuela le falta disciplina. Si esos horarios no se pueden cumplir por razones operativas o de seguridad, es mejor sincerarlos, y así los pasajeros podemos efectuar una mejor planificación (así algunas personas podrían subir a Caracas durante el tiempo de espera, por ejemplo).
Pero en fin, Conviasa me llevó a Mérida esta semana pasada, y me regresó a casa sin nada reprochable excepto las demoras. Y les agradezco por eso. Esta vez encontré a Mérida algo melancólica. En Agosto suelen descender las temperaturas, pero no lo sentí. Y eso significa mucho, considerando que soy un oriental acostumbrado al mar y a las temperaturas de la costa. Noté muy grises las tardes, muy silenciosos los pasos. Es época de vacaciones, e imagino que eso contribuye en parte al cambio de mi percepción sobre la ciudad. Es Mérida una ciudad estudiantil y turística. La Universidad de Los Andes está integrada y distribuida por toda la ciudad, y puede uno toparse con turistas en cualquier época del año. También es una ciudad caótica en cuanto al tráfico, por lo estrecho de sus espacios y por el crecimiento del parque automotor. Los minutos se consumen con mucha facilidad atascado en el tráfico. La noche de mi llegada, encontramos atascos por doquier, y el taxi parecía avanzar 30 metros cada 10 minutos. Mientras esperas en el taxi por alguna solución mágica a aquel revoltijo de autos, puedes ver cómo se abre la noche merideña: las eternas ventas en la calle, algunas tiendas bellamente iluminadas, las parejitas tomadas de la mano, los grupos de amigas adolescentes preparándose para romper la noche, y los afiches anunciando cursos de ésto y de aquello (en Mérida hay gente para todos los temas: desde los que son expertos en idioma finlandés, hasta los que se saben el modelo de la tuerca más pequeña del auto más costoso del Tokyo Motor Show más reciente).
Esta vez llegué con mi hermana a una posada en la Plaza de Milla que frecuenté mucho durante mis años estudiantiles: La Posada de la Loca Luz Caraballo. Curioso nombre. Hay toda una leyenda alrededor de la Loca Luz Caraballo. Uno de los hombres más ilustres de Venezuela, Andrés Eloy Blanco, escribió el Poema de la Loca Luz Caraballo, que empieza así:
De Chachopo a Apartaderos
camina Luz Caraballo
con violetitas de Mayo
con carneritos de Enero.
Inviernos del ventisquero,
farallón de los veranos,
con fríos cordilleranos,
con riscos y ajetreos,
se te van poniendo feos,
los deditos de tus manos.
La posada tiene una decoración muy tradicional, colonial, cautivadora para muchos turistas. A mi mamá le gusta mucho. Particularmente, queda muy cerca de donde necesitaba ir. Y también está cerca de una pizzería espectacular. Y en este viaje, por designios del azar, descubrí un restaurante ubicado en el extremo opuesto de la Plaza de Milla: sirven unos desayunos riquísimos (por cierto, confieso mi debilidad por las arepitas de trigo que preparan allá en Mérida: soy feliz con una arepita de ésas y algo de nata). Un hecho curioso en la posada: la chica de la recepción, a la que no conozco, apenas nos vio dijo que recordaba nuestra anterior visita, e incluso mencionó el número de las habitaciones que nos había asignado entonces… bastante curioso, porque esa visita anterior había ocurrido como unos 7 meses atrás… y me cansé de buscar disimuladamente alguna computadora sobre el escritorio… algún dispositivo electrónico para registro de huéspedes… y sólo había papeles… cuadernos… buena memoria… supongo. El trato en esa posada es excelente. De hecho, un amigo merideño no la conocía; nos reunimos en el pequeño vestíbulo de la posada, y quedó encantado con el ambiente. Además, ¡tienen una rockola! Imagino que no funciona, pero me divierto mucho viendo las canciones que están anotadas allí. Recuerdo que la rockola presume de tener “Sufrir” de Rodolfo… y también está ¡La Mochila Azul por Noel Petro! ¿Grabó Noel Petro ese tema? Yo conozco la versión que ha escuchado todo el mundo, la de Pedrito Fernández, y a Noel Petro lo conozco sólo por “Cabeza de Hacha”. Tendré que buscar esa mochila azul.
Y bueno, un viaje bastante tranquilo, por motivos de trabajo. Me reuní con personas muy lindas, profesionales excelentes. Una de las mayores virtudes de los merideños es su alto nivel de instrucción, el respeto y la cortesía que muestran siempre. Creo que el nombre original de Mérida es “Santiago de los Caballeros de Mérida”, y también se le conoce como “la ciudad de los caballeros”… y realmente son muy cultos y atentos. O bueno, particularmente los merideños que yo conozco son todos así. Una de esas personas lindas y excelente profesional me obsequió un tarrito de chocolate producido allá. Se llama Mucutella, y es un chocolate muy, muy bueno. Es un producto artesanal, fabricado por “Chocolates La Mucuy”. Para un apasionado del chocolate como yo, averiguar más sobre esos chocolates es una obligación para un próximo viaje.
No tuve tiempo para reunirme con todos los amigos, ni cerca. De hecho, mi tutor -que ahora vive en Madrid- se encontraba justo esos días allá en Mérida y no pude verlo (además me enteré de su presencia en Mérida justo horas antes de mi regreso).
Para cerrar, algo muy curioso: en la plaza de Milla, la mañana del regreso, estaba un señor leyendo un diario sentado en uno de los bancos. Entonces llegaron unos chicos a fumigar (contra el dengue, supongo). Encendieron la ruidosa máquina de fumigación y procedieron a inundar la plaza con humo blanco. En cuestión de segundos, el humo envolvió por completo al hombre. Lo más curioso del hecho es que el hombre no reveló ningún ademán para irse, un gesto de molestia, nada. Raros los dos, el que fumigaba (que llegó a esparcir humo sin importarle nada ni nadie), y el que leía (a quien no le importó no importar). Pero bueno… la gente y sus cosas.