Yo era un nuevo. Apenas mi primer semestre en la facultad. Coincidí con Juan en dos o tres de los primeros cursos. De verbo fácil, Juan era, de acuerdo con su propia presentación, izquierdista. Le gustaba la política, y aunque aún estudiaba materias del primer semestre, no era un nuevo: llevaba un buen tiempo como repitiente. Habitual de la plaza principal del campus, Juan estaba permanentemente rodeado de los típicos guitarristas aspirantes a trovadores, los neo-hippies con rastas, los del club de periodismo social, y por supuesto, los jerarcas de la federación de centros universitarios (he visto con los años que este microcosmos está presente en casi todas las universidades, renovándose cada semestre). Todos se presentaban como izquierdistas, sacaban en la guitarra canciones de protesta, y escribían sobre el padecimiento de las clases oprimidas y abandonadas por la derecha y el capitalismo y etcétera. Ninguno, de los que yo pude conocer, era buen estudiante. Juan, particularmente, no era ni siquiera amigo de la lectura. Hablaba de Lenin y de Mao, y sin embargo, no le importó comentarme una mañana que jamás había leído un libro de o sobre alguno de tales personajes. Me dijo que intentó leer las Cuatro Tesis Filosóficas, pero no pudo pasar de las primeras páginas: le pareció un conocimiento demasiado profundo y él sentía que aún no estaba socialmente preparado para asimilar tanto conocimiento.
Después yo continué por esos mares extravagantes de la educación universitaria, y él visualizaba todo desde su plaza amada. De cuando en cuando nos encontrábamos en los pasillos, sin que Juan, después del saludo, dejara de invitarnos a visitar la federación de centros, que siempre estaba “abierta a todos los estudiantes”. Entre mi segundo y tercer año en la facultad, dejamos de ver a Juan. Algunos decían que se había dedicado a la política de verdad, que pertenecía a algún partido, y que asistía a la universidad muy eventualmente.
Años, muchos años después, comenzando yo a olvidarme de los pasillos de la facultad, me encontré con Juan en un supermercado: él atendía una de las cajas. Se veía cansado, mucho más viejo de lo que realmente era. Nos reconocimos, nos saludamos, y sin dejar de atender su trabajo contó que había conocido a una muchacha en el microcosmos de la plaza universitaria, que se había casado, que tenía un hijo, que no había podido seguir estudiando porque hombre casado no puede luchar por la justicia. Que sí ingresó a un partido político. Pero como no era “uno de los grandes” del partido, no podía formar parte de los buenos negocios. Y con mujer e hijo, él necesitaba dinero. La ideología muy linda, pero ninguna, ni izquierda ni derecha, te da de comer… “a menos que tengas suerte y sepas moverte”. Así que por el momento tenía ese trabajo de cajero, pero seguía buscando algo mejor.
Aunque no se lo pregunté, sospecho que Juan habría dicho que, aún inmerso en aquel ambiente ultra-capitalista del supermercado moderno, continuaba siendo un hombre de izquierda. Sospecho también que aún no se había dedicado a las Cuatro Tesis Filosóficas.