En un episodio de Phineas & Ferb, los chicos inventan a Max Modem, un alter ego musical para su padre Lawrence, propicio para una feroz sátira: Max Modem & The Mainframes se presentan en un concierto que reúne artistas de los 80, y la gente, al ver llegar a Max Modem, comienza a interrogarse y éste quién es? Pero de inmediato surgen algunas voces preguntando si no recuerdan al gran Max Modem, que yo tenía todos sus discos, etcétera, aunque realmente Max Modem no existía, sólo se trataba de una invención de Phineas y Ferb para ese evento muy puntual. Con Max Modem, el show se burla de una conducta propensa al ridículo: usted habla de música con alguien, y por alguna razón, nombra alguna de sus bandas favoritas, digamos, Broken Social Scene. La banda puede resultar casi o totalmente desconocida para su interlocutor. Algunos, no pocos, suponiendo que desconocer esa banda específica los convierte en aborrecibles o indignos de atención, responden con algo como: “Ah, sí, Broken Social Scene. Genios.” (Por cierto, Broken Social Scene sí existe, y sí son geniales). Y así en muchos otros contextos: “Johan Cruyff ha sido uno de los mejores jugadores de la historia”. “¡Sí, por supuesto! ¡Un grande!” (aunque nunca haya visto ni siquiera una foto de Cruyff con el uniforme del Barça o la selección holandesa). “Imagine, de John Lennon, es una de las mejores canciones de la historia.”. “¡Pero claro! ¡Un genio, Lennon!” (aunque realmente no le guste la música de ninguno de los Beatles). Supongo que en el fondo, ser auténtico, oponerse a la tendencia social, implica un gasto energético que resulta preferible evitar con salidas como ésta.
He recordado este episodio por el bombardeo mediático y reciente con motivo del estreno de la película de los Muppets. Muy carismáticos, muy divertidos, muy memorables, y en alguna medida, parte de mi infancia (y el juguete Let’s Rock Elmo tiene una pinta increíble). Para muchos, sin embargo, los Muppets no significan tanto. Muchos niños y adolescentes los conocían muy poco. Sin embargo, los esfuerzos de marketing centrados en los personajes de Jim Henson se incrementaron enormemente a partir de 2004, cuando Disney adquirió gran parte de los derechos sobre los Muppets. Y este año, de repente, escuchas “¡Los Muppets! ¡Geniales! ¡Yo tenía todos los Muppets!”, “Siempre me han gustado los Muppets, recuerdo que…”, “¿Te acuerdas de los Muppets? Lo máximo, hay que ir a ver esa película”. Y de esta forma, el marketing de Disney, una vez más, ha triunfado. Fans de Max Modem por doquier. Parte del marketing pretende preparar a la audiencia, reparar lo que haga falta. Por ejemplo, desde siempre he sabido que el nombre real de la rana verde es Kermit the Frog. De hecho, en la escuela tenía una lonchera de Kermit the Frog (a Dios gracias por permitirme tener lonchera, escuela con lonchera, escuela). Pero para mucha gente, Kermit era René o Gustavo. Por eso he visto mensajes que tratan de fijar en la audiencia contemporánea el nombre Kermit. Una mercadotecnia muy inteligente, sin duda. En el actual mundo hiperconectado, el sentido común y económico justifican la uniformidad de nomenclaturas.
El caso de Kermit me recuerda al de Ōzora Tsubasa. Antes, resultaba frecuente que el doblaje de las series de televisión, principalmente las infantiles, incluyera cambios en los nombres de personajes (y no tan “antes”: recuerdo el caso más reciente del cambio de nombre de “Kagome” en Inuyasha… siempre me hacía reir lo de “Aome” en la versión para Latinoamérica 😀 ). Yo vi el anime de Captain Tsubasa, con el nombre de Super Campeones, y una cancioncita de apertura bastante pegadiza, en español. Agrego que este manga de Yoichi Takahashi fue, es y será una de mis historias favoritas. De hecho, el juego para NES, Captain Tsubasa 2, es por lejos el videojuego que más horas de mi vida se ha llevado[ref]Seguido muy, muy de cerca por las diversas ediciones del Age of Empires.[/ref]. Total, que Ōzora Tsubasa se llamaba Oliver Atom o algo así, Misaki Tarō era Tom, Kojirō Hyūga era Steve, Wakabayashi Genzō era Benji Price, etcétera… y creo que en Europa los nombres eran otros. Años después, cuando conocí mejor la historia real, sin adaptaciones, me di cuenta de los muchos cambios que habían introducido en la adaptación del anime para Latinoamérica, algunos ciertamente verdaderos disparates, pero acaso más tolerables que el desastre que hicieron en Estados Unidos con Macross. En todo caso, entiendo que muchos de estos shows, provenientes de otros contextos culturales, necesitaban adaptaciones importantes para poder ser presentados a otras audiencias. Eso lo reconozco, lo valoro y lo agradezco.
Total, debería aprovechar el asueto navideño para ponerme a buscar en mi cuaderno de las Tortugas Ninja mi súper password para la final Japón – Brasil de Captain Tsubasa 2 😀