No la amo, es sólo que me gusta escucharla todas las horas que ella quiera. Tampoco es que me parezca linda, pero me siento cómodo en su cintura. Es decir, el problema es mío, y por suerte, ella no se entera. Me duele la garganta si no quiebro el silencio con su nombre. Ya no siento la piel si no es con sus besos clandestinos y apresurados (a veces, torpes). Pero no se lo cuentes, porque entonces ya no podré hacer que se sienta vacía cuando le digo: “Es sólo un juego”.